Esta es la crónica de Tacho: un recolector de piedras que vive en Coahuila.
Allá
en despoblado cuentan muchas historias. Dicen quienes lo conocen que es
un grano de arena del desierto, una roca más del monte: un indio
moderno. Con todos los que platiqué me dijeron que está loco. Y él lo
acepta, porque puede ser que todo lo que dicen es verdad. Desde hace
mucho tiempo dejó a un lado el campo y la extracción de cera de
candelilla porque lo hechizó un oficio poco común en este lado de
Coahuila llamado Valle de Acatita: es chucero. Es decir: recolecta
chuzos (puntas de flecha talladas) para venderlos a precios varios. De
eso vive. Pero no hablamos de saqueos, ni de tumbas exhumadas. No. Los
chuzos están en el suelo como piedras abandonadas y de vez en vez hay
huesos humanos regados por senderos que sólo los hombres trazan con su
andar. El libro Coahuila, Monografía Estatal, explica que tiempo ha,
unos 7000 años, grupos indígenas habitaron la región. Los llanos fueron
territorio de los Irritilas. Ya no: ahora son de Anastasio Morales
Gutiérrez, Tacho. Encontrarlo fue una aventura. Me habían dicho que
sería un error. Y así empecé a creerlo: dos horas de camino desde
Torreón y varias vueltas a su pueblo, Tres Manantiales, terminaron por
cansarme por los paisajes de la carretera con tanta aridez. La gente de
los poblados cercanos como Felipe Ángeles y Charcos de Risa me decían
que ni para cuándo hallarlo. Y no andaba de gira en el desierto, mucho
menos perdido en la serranía. Andaba de parranda. Avisó en casa que iba a
Francisco I. Madero por una refacción para la camioneta, que llegaría
ese día, que bla, bla, bla. Su esposa sabía que esa tarea era para
largo. Ya había tardado. Eso me dijo. Y muchos más dieron pistas de su
paradero. Es buena persona: medio loco, lo único malo es que es
borrachito. Se le entiende que se relaje un poco de tanto ver liebres en
el monte. Eso me diría Chuy Villalobos, vecino de Charcos de Risa… Pero
que no chingue, ¿más de una semana en la loquera? Y eso me dijo al
final.
Fueron 10 días de juerga. Sólo llevaba
unos cuantos pesos, dos o tres chuzos y lo primero que hizo fue comprar
el fierro para su Ford modelo 72. Después vendió los chuzos a mil pesos,
pero una hija que estudia en el municipio le quitó 800 para la escuela.
Afortunadamente contó con el apoyo de las gargantas secas de sus
hermanos y amigos. No tuvo más remedio que seguir la fiesta con ellos.
Juro que voy a dejar de tomar, ya hasta veía borroso. Me estaba quedando ciego. Si quieren ir a chucear pos vamos, nada más traigan comida, agua, y nada de cheve porque soy voladito y la vuelvo a agarrar.
Donde la familia y amigos había
inquietud. Suponían que podría estar detenido o algo así porque en
ocasiones le da por soltar víboras de cascabel en las cantinas o en las
calles. Y ni un teléfono para marcar. Ya estaban pensando en mandar a
traerlo. En el pueblo me contaron que lo habían visto ebrio afuera de un
expendio. Otros me dijeron que no, que andaba dentro de las cantinas
(El Viejo Oeste y El Guadalajara, precisaron). Luego me llegó el rumor
que andaba en Charcos de Risa con la idea de regresar a casa, pero en el
camino se había topado con el camión repartidor de cerveza y le dieron
un rayte de regreso a Francisco I. Madero. La volvió a agarrar hasta que
una noche al fin se presentó al aniversario de Charcos y se quedó
porque la borrachera era espantosa. La cruda fue peor: le chillaba un
gato en la cabeza y me tenía enfrente diciéndole que me dejara
acompañarlo. «Juro que
voy a dejar de tomar, ya hasta veía borroso. Me estaba quedando ciego.
Si quieren ir a chucear pos vamos, nada más traigan comida, agua, y nada
de cheve porque soy voladito y la vuelvo a agarrar. Eso si, hoy no
porque me estoy curando, hasta suero ando tomando». Y supe su debilidad: la caguama Carta Blanca, bien helada.
***
Tacho tiene 50 años y los reparte en 80
kilos. Su piel ha sido oscurecida por el sol, raspada por la tierra. Su
familia consiste en su esposa, 4 hijos, dos perros, un burro llamado
Petronilo, una lechuza bautizada como Imelda y muchos, cientos de
pollos. Tres veces por semana sale a chucear muy temprano, nunca se fija
en el reloj. Cuando los gallos cantan sabe que es la hora. Los demás
días va al monte a cortar candelilla con su hijo, los fines de semana
elabora artesanías de mezquite, carrizo y piedra tallada, para ser
precisos hace arcos, flechas y cuchillos. Pero su chamba chamba es la
chuceada.
El ritual necesario para ir a trabajar
en los chuzos comienza con desayunar, luego carga agua en una bolsa de
mezclilla pariente lejano del negro y una vara de gobernadora que usa
para rastrear. A veces lleva pala y criba para facilitar el trabajo. «Si
uno jala para tragar, cómo voy a salir sin la papa, que chingaos.
Muchos salen muy temprano a la candelilla sin almorzar que porque
pierden tiempo. Y para que te den 27 pesos por kilo, mejor le hago a los
chucitos, con dos o tres que me encuentre ya chingué para el chivo».
Tacho no es nuevo en esto de la chuceada. Nació en Francisco I. Madero y
desde que tenía ocho años exploró algunas comunidades con su padre —del
mismo nombre—, quien le heredó el oficio de andar en el llano en busca
de piedras trabajadas. Cuando creció se dedicó a la pesca y a la
elaboración de ladrillos en Tamaulipas y Sinaloa. Después uno de sus 10
hermanos le contó que en Tres Manantiales había mucha agua para sembrar y
candelilla para elaborar cera. Se fue al monte, lejos de todo, de
todos… En ese entonces, hace casi 30 años no había carretera para el
rancho. Vino el declive del campo, la escasez de agua, los años duros de
andar en el monte cazando liebres a pedradas. «Antes había mucha hambre, mucha soledad.
Cuando veíamos gente de otros lados todos íbamos recontentos, nos daba hasta gusto».
Entonces Tacho descubrió que los chuzos eran una buena opción para
salir adelante. Gracias a la suerte fue cobrando fama a los alrededores.
Durante sus hallazgos notó cómo los pobladores de estas tierras
inhóspitas elaboraban los arcos y flechas. Y le dio por confeccionar los
suyos como artesanía; los vende al precio que se negocie. También
captura víboras de cascabel, tarántulas y saca guano de las cuevas como
encargo. Es un hombre del desierto. Un llanero que respeta a sus
antepasados porque le hubiera gustado ser como ellos.
***
Esa madrugada llovió. Todo el ambiente
impregnado de olor a gobernadora. Tacho dijo que era imposible entrar a
ciertos lugares por el agua acumulada en caminos chiclosos y luego
sufrió porque no recordó cuándo fue la última vez que el agua cayó. A lo
lejos las montañas rodeadas de nubes negras parecían una pintura, el
desierto una sabana empapada que no secaba nunca, que no acababa nunca.
La vara de Tacho es una extensión de su cuerpo, con ella hurga en la tierra y con movimientos rápidos levanta piedras. Las examina, las toca, les da vuelta con los dedos.
Hacía un poco de frío, el aire estaba
fresco y ni un árbol para detenerlo. El cielo azul oscuro, las nubes
cargadas: peligro de tormenta eléctrica. La decisión fue caminar en
busca de chuzos, como todas las mañanas, como casi siempre. «Yo
me la cotorreo aquí en el monte, ahora que llovió es mejor porque el
agua limpia los caminos y es más fácil encontrar chucitos. Namás hay que
andar abusados. Ahorita llegamos al camino, si está bueno nos vinemos
en la troca». No fue así. A caminar.
—A uno a veces le duele el pescuezo, se
cansa la joroba de tanto andar agachao. Pero si estoy en la casa ando
desesperado, quiero salir al monte.
—¿Entonces si Maussan mira al cielo, Tacho mira al suelo?
—Ándale, así mero, nada más que yo no
digo mentiras. Todo me lo encuentro, es una chinga, pero son reales. Por
eso tengo muchos amigos de todas partes. La cosa es tener fe y no ser
transa.
La vara de Tacho es una extensión de su
cuerpo, con ella hurga en la tierra y con movimientos rápidos levanta
piedras. Las examina, las toca, les da vuelta con los dedos. Da juicios
sobre su origen: «Esta es piedra tallada, también me la pagan, pero menos. El chiste es encontrar chucitos completos».
A las dos horas de camino el sudor asoma. Por la prisa y la emoción del
terreno mojado los garrafones de agua quedaron olvidados. Entonces la
temperatura no era muy alta ni caía llovizna. Tacho necesitaba líquido.
Por eso bebió en un charco de lluvia tirado de panza. «Si hasta con tepocates toma uno a veces, pos la agüita de lluvia es mejor. Más rica, al rato salen las víboras a refrescarse».
—¿Qué de cierto hay en que mata víboras de cascabel con la boca?
—Eso nada más fue una vez que estábamos
pizcando algodón en Charcos de Risa. Se me ocurrió darle una mordida en
el pescuezo para que se muriera la cabrona.
—¿Entonces si las mata a mordidas?
—Bueno, nada más cuando están chiquillas, porque si están grandes no se puede. ¿Será que estoy loco?
—Puede ser… ¿No lo han mordido?
—Sí, tres veces en la mano. Lo que pasa
es que debes de sacarte el veneno con la boca o hacerte un torniquete
para que no avance. Así es la pichada.
Van muchos pedazos de piedra en la bolsa
de Tacho: ningún chuzo completo. Ahora encuentra un hoyo en el piso con
una pequeña telaraña y dice que es de tarántula: rasca con su vara y
manos para mostrar el procedimiento, a escasa profundidad sale el
insecto corriendo, alterado. Tacho la toma entre sus dedos, juguetea con
ella. Sus patas peludas buscan suelo, él la retiene. «Agárrenla, no hace nada. Estos animalitos son nobles. Nada más los saco cuando me los encargan. ¿Para qué hace uno la maldad?».
Tacho vuelve a rascar y entierra la
tarántula en su agujero. Ya van 5 horas caminando y sólo ha encontrado
pedazos de piedra. A lo lejos las nubes se dispersan, caen los primeros
rayos de sol. En casa la comida espera: «Como
de todo, lo único que no es el tecolote, tiene la carne corriosota. Ya
una vez lo hice en caldo y no, mejor lo tiré. Lo mejor de todo es el
burrito cuando está tierno, nada más que todos le hacen el feo». Me dice tener todo el tiempo del mundo para buscar, pero necesita concentrarse: «Dios
mío ayúdame a encontrar siquiera un chucito. Eso es en lo que más
pienso cuando ando en el monte, es que pienso en tantas cosas».
***
El cañón del Mimbre no deja ver el
desierto, pura montaña pelona con riscos afilados. Casi las cinco de la
tarde y los caminos a esta hora los han secado. Hay más de 30 grados
centígrados. El sitio parece un baño sauna, la humedad sofoca. Entre
nopales y ramas secas, señales de piedras en el monte hablan de la
presencia de Tacho, cada que recoge algo interesante marca el territorio
con flechas como recuerdo del hallazgo. Aquí encontró esto, allá
aquello. Sus piernas no dejan de caminar, sus brazos de señalar. Lleva
una pala, entre piedras y zanjas tiene escondida la criba para colar la
tierra y facilitar el trabajo. Hay hoyos, botellas de agua de hace dos
años cuando empezó a cavar y pinturas rupestres en las piedras. «Tiene
uno que estar medio locotón para cribar esa madre. Están cabrones los
chuzos, se dice fácil, pero se requiere de un gran esfuerzo. Me han
dicho que me van a llevar al bote por esto, yo les digo: Vayan a chingarse al monte a ver si es cierto culeros; y se callan».
A las 5: 30 de la tarde sale el primer chuzo para Tacho. Vuelve a
llenar la criba, busca en las piedras, remueve la tierra. Algo brilla: «Suerte para la próxima Tacho. Es que la cosa es calmada, necesita uno no desesperarse». Nada más se escucha ruido de la pala, el grito del águila, el llamado de la chicharra y el cantar del cenzontle. «Dios
ha de decir: A este negro lo voy a ayudar, tanto que se ha chingado.
Nada más porque los camaradas (indios) no trabajaban el oro, si no ya
sería ricote». Empieza a oscurecer, el segundo chuzo sale. Tacho agarra vuelo y ya no quiere parar. «Es que uno se engolosina, pero el jale es así, a veces encuentro uno, muchas veces nada».
Llegando a casa la cena está servida:
huevo, sopa, frijoles, tortillas de harina y café. Charcos de Risa está a
oscuras. Las casi 50 familias duermen esperando que al otro día no
llueva para ir a la candelilla. La casa de Tacho es de adobe: tiene 4
cuartos, piso de tierra, cocina con leña, letrina y un corral grande.
Ofrece para dormir el recibidor donde guarda un compresor, bicicleta,
jaulas, costales y un gallo enfermo. Petronilo duerme, Imelda esconde
bajo un mueble, canta, salta: es su hora. La hora de las lechuzas.
***
El sol está por salir. Los gallos han
cantado. Una lámpara de gas es el equipaje. Los primeros rayos son
horizontales. En el suelo hay millones de caracoles pequeños como
arroces, blancos como huesos. De gota en gota de sudor son encontrados
círculos de piedra y carbón enterrados. Tacho cree que eran hornos de
los antiguos pobladores. También hay pedazos de hueso regados. Crecen
las posibilidades de hallar algo.
En un arrebato Tacho toma una osamenta amarillenta, la entierra con piedras, exclama: «Para que descanse en paz el camarada».
Todas las piedras brillan por el sol, el
calor es insoportable. El resultado son pedazos y más pedazos de piedra
que podrían ser pero no son. Ayer fueron dos chuzos buenos, la ganancia
depende de la negociación: 50, 100, 200 pesos. Tres horas y nada,
rastros de Tacho en el suelo… y nada: «Todo esto ya lo he caminado. Es que los pinches chuzos están cabrones, ya aunque dance, salte y la chingada no hallo ni madres».
Tacho ha decidido ir a un lugar donde encontrar carrizo y palos de
sotol para elaborar las flechas y mangos de cuchillo. Por caminos que no
son precisamente eso la camioneta avanza: «Es
para que le cuenten a sus nietos: Yo andaba allá con un pinche viejo
loco de la sierra, de jodido que alguien me recuerde cuando muera».
El chirriar de la carrocería con mezquites es intenso, las llantas
arrollan gobernadoras con la esperanza de que no las ponche. El sitio es
puro monte. Metros adelante un lugar camuflado por ramas secas, espinas
y piedras: es una cueva. El descenso es de manera horizontal, con
cuidado para no resbalar. El interior es muy grande, hay oquedades
pequeñas que dan a otros pasadizos. Huesos humanos, guano, varas y
restos de fogata en el interior. Pese al calor de afuera, en la cueva el
clima es fresco. Según Tacho mucha gente de las comunidades cercanas ha
entrado al lugar y destruido la naturaleza. Hay sitios que han sido
obstruidos con piedras, también hay envases de cerveza y osamentas
rotas: «Es que la pinche gente no respeta, no sé para qué sacan los huesos de los camaradas, no los dejan descansar en paz». En un arrebato Tacho toma una osamenta amarillenta, la entierra con piedras, exclama: «Para que descanse en paz el camarada».
Prepara la lámpara, adentro de la cueva es muy oscuro, hay que escalar
piedras resbalosas: mucha tierra suelta, piedras ruedan, guano entra a
los pulmones. El resultado de varios minutos en la oscuridad son algunas
varas de carrizo viejas. Ya casi no hay: la gente se ha encargado de
hacer fogatas con ellas. Tacho no se explica para qué. Antes chuceaba en
ese lugar, pero ahora es difícil encontrar algo, tiene que buscar
nuevos lugares para sobrevivir. El ascenso por la cueva es más difícil,
la luz solar cala en los ojos. Tacho lleva sus varas y el deseo de
encontrar chuzos. Aún es temprano para desistir: «Yo creo que hasta que muera voy a seguirle, hasta que pueda caminar. No hay de otra». Un trago de agua. A marcar nuevos caminos.
***
Al pie del lecho seco de un río Tacho no
deja de observar la franja honda donde hace años hubo agua. La
inmensidad es una característica de aquello que se fue. Parado al borde,
señala con su vara el desierto y la vista se pierde en recuerdos, en
sueños de un pasado distante. No sopla viento, si acaso
un cálido susurro que mece los mezquites. «Me
hubiera gustado vivir cuando la gente estaba en el monte, tanteo que
había mucha vida, muchos animalitos. Todo era verde con tanta agua ¿Qué
preocupaciones tenían los camaradas?». Entre recuerdo y recuerdo
Tacho evoca los años de su niñez cuando llegó la televisión a Francisco
I. Madero. Sólo dos o tres familias tenían y cobraban para que ellos
vieran las caricaturas. También se le antojan las cachuchas, un pan
redondo con ombligo en medio que nunca ha vuelto a probar: «¿Quién sabe si todavía existan? Ya no las he visto».
Y del cine. También se acuerda del cine, al que no ha ido hace 22 años: «Mi
niñez la viví a toda madre. Estaba a 60 centavos la matiné, las
películas de El Santo eran las que más me gustaban, que contra las
momias y la chingada pero nos divertíamos. Años aquellos… con un peso
entrabas y con cinco comprabas el refresco. La última película que vi
fue una de Cantinflas».
—¿Qué ha cambiado de todo aquello?
—Pues ahora hay mucha maldad, mucha
loquera, no sé por qué es así la gente. Tanteo que antes todos éramos
más felices, la gente nomás anda viendo la manera de chingarte, a mi no
me gusta chingar a las personas, Dios me ha de ayudar.
Tacho se ha dado cuenta que es un día
malo, no lleva ningún chuzo a casa. Y para colmo el hambre es canija.
Después de comer unos burritos de chicharrón y papa calentados en brasas
de huisache descansa un poco tirado en la sombra. No le inquietan las
hormigas que ha llamado la comida.
—Me gusta cotorrearla con las hormigas cuando ando por acá, son camaradas.
—Sí estás loco, Tacho —atrevo a tutearlo. Ahora sí ya somos amigos.
—¿Pos qué más puedo hacer en medio de tanto pinche monte?
Regreso a casa Tacho no habla, está
cansado. Recoge leña para la estufa, echa aire a las llantas con una
bomba de mano y alucina que sigue manejando su camioneta automática con
ambas piernas. Dice que así es más fácil. La carrocería rechina, el sol
se esconde tras los cerros, sigue el clima encendido: colores rojos,
amarillos, el azul del cielo difuminado.
—¿Y mañana para dónde, Tacho?
—Mañana a ver a dónde chingaos le pego, no hay de otra.
* * *
*Esta crónica se publicó en 2006. En
ese entonces la red no era como ahora. La única prueba de su existencia
fue volver a retomarlo. Tacho sigue en pie después de una larga
enfermedad; sigue visitando el monte.
LA PAZ, BAJA CALIFORNIA SUR
PUNTAS DE FLECHA / ARROWHEAT
LA PAZ BAJA CALIFORNIA SUR
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LANZAS
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ARETES DE PUNTAS DE FLECHA
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COLGANTES DE PUNTAS DE FLECHA
FRENTE AL JARDIN VELASCO
CASIMIRO GARDEA OROZCO
EN LAS OFICINAS DE CANAL 8 DE TELEVISION
EN ESPERA DEL LLAMADO PARA UNA ENTREVISTA
SOBRE ARTE LITICO SUDCALIFORNIANO
MELISSA MARTY NUESTRA BELLEZA LATINA 2008
VISITO LA PAZ, BAJA CALIFORNIA SUR
Y ENTREVISTO A CASIMIRO GARDEA OROZCO
EN LA CASA DEL ARTESANO SUDCALIFORNIANO
PARA AZTECA AMERICA
MELISSA MARTY NUESTRA BELLEZA LATINA 2008
VISITO LA PAZ, BAJA CALIFORNIA SUR
MELISSA MARTY NUESTRA BELLEZA LATINA 2008
VISITO LA PAZ, BAJA CALIFORNIA SUR
EXPOSICION ARTE LITICO
DE SUDCALIFORNIA
LA PAZ, BAJA CALIFORNIA SUR
LA PAZ, BAJA CALIFORNIA SUR
HACHAS, ARPONES, PUNTAS DE FLECHA,
CUCHILLOS, ACCESORIOS, ETC.
LA PAZ, BAJA CALIFORNIA SUR
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HACHAS, ARPONES, PUNTAS DE FLECHA Y
ARCOS, CUCHILLOS, ATLATLS, LANZAS,
REDES, ANZUELOS DE MADERA,
HUESO Y CONCHA, ACCESORIOS, ETC.
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ELABORADA CON CORDELES SIMULANDO
A LOS ANTIGUOS HECHOS CON FIBRAS DE MAGUEY,
CARDON O CHOYA (SE ELABORO CON FIBRAS
DE LA HOJA DE PLATANO MANZANO)
Y CON NUDILLOS DE CARRIZO TIERNO
LA PAZ, BAJA CALIFORNIA SUR
CASIMIRO GARDEA OROZCO
EN LAS OFICINAS DE CANAL 8
PARA UNA ENTREVISTA
EN EL PROGRAMA CON SENTIDO
ARTESANIAS LITICAS DE SUDCALIFORNIA / ARTESANO CASIMIRO GARDEA
OROZCO
La cultura de los pueblos que habitaron la península siempre ha causado un
gran interés para los antropólogos y arqueólogos, también ha despertado el
interés de la sociedad que busca conocer y comprender el cómo vivían y
concebían su espacio geográfico.
Gracias a los escritos de los misioneros Jesuitas y Dominicos
principalmente, nos ha llegado información acerca de su modo de vestir,
alimentación y algunas de sus costumbres, aunque hay que señalar siempre con el
sesgo característico de una cultura totalmente diferente. Fue en los últimos dos
siglos (1800-2000) principalmente, cuando los investigaciones y reflexiones
acerca de las culturas indígenas que habitaron la península dieron como
resultado un mayor interés de la población por conocer y comprender de una
manera más objetiva, estas culturas que lograron con el paso de los siglos
adaptarse a un medio hostil.
Esta fascinación despertada ante el hallazgo de algunas puntas de flecha en
1977 en sus paseos por las cercanías de la ciudad de La Paz, especialmente
durante sus caminatas por la playa El Conchalito, hace ya más de 35 años motivo
en Casimiro Gardea Orozco, nacido en la Cd. de Chihuahua, Chih. Y avecindado en
esta ciudad desde 1975, siendo sobreviviente del Ciclón Liza en 1976, por esta
causa estando el internado en La ciudad de Los Niños y Niñas de La Paz y siendo
aprendiz de Diseñador Gráfico en la imprenta, adquirió la costumbre de salir
desde temprano los domingos a caminar por la playa . . . durante estos paseos
fue que encontró sus dos primeras puntas de flecha completas de un tamaño
aproximado a 4 pulgadas de largo en perfecto estado, siendo que él no conocía
este tipo de herramientas, únicamente en el museo y en los libros, dichas
puntas se las mostro a una de las personas encargadas del internado que en unos
de sus viajes a Italia las llevo quedando estas en las manos de una persona que
trabajaba en uno de los museos de aquel país, de las cuales no volvió a saber de
ellas, a cambio esta persona a su regreso le obsequio un cuchillo tallado de
marfil que trajo de áfrica, a partir de ese entonces nació en el la costumbre de
cada vez que salía a caminar… buscar y coleccionar piezas líticas, encontrando
casi en su totalidad piezas fraccionadas o quebradas y esporádicamente piezas
completas, su perseverancia le llevo a juntar más de 40 piezas completas en
perfecto estado las cuales dono en el 2012 al Museo de Antropología e Historia
de Baja California Sur para su exposición junto con un molar de camello
prehistórico que encontró frente al antiguo hotel Gran Baja.
Su labor creativa no concluyo con la entrega de esta colección, sino que al
darse cuenta de que la mayoría de las puntas de lanza y flecha que se encontraba
estaban partidas o quebradas tal vez por el uso que se les dio al ser arrojadas
contra sus presas o a la hora de estar haciendo su percutido se le quebró al
autor original de las mismas y en base a artículos publicados en libros por
investigadores decidió realizar con la técnica de percutido algunas puntas de
flecha que después de muchos intentos logro sus primeras replicas (por
mencionarlas así pero en su caso son originales, por lo regular ninguna pieza es
igual a la otra) durante varios años estuvo guardando estas piezas, no quedando
satisfecho con esto empezó a fabricar también hachas, después le nació la
inquietud de hacerlas de una manera más completa y comenzó a confeccionar arcos
con sus flechas haciendo los amarres con cordel de pesca, pero esto tampoco le
satisfacía y comenzó a investigar el tipo de amarres que los indios californios
usaban, leyendo el algún libro que ellos hacían lasillos machando las raíz del
cardón, choya, ocotillos y magueyes silvestres, tratando de simular esta técnica
intento buscar la manera de hacer algo similar a los hallazgos en las
excavaciones, incluso uso hoja de palma pero no le parecía bien, hasta que en
una charla en internet con un coleccionista argentino este le dijo que en
algunas culturas utilizaban la fibra de la hoja del plátano para vendar las
heridas y en algunos caso los hilos de las hojas para hacer suturas craneales,
que lo intentara de esta manera, así lo hizo logrando lasillos muy parecidos a
los utilizados por los antiguos californios, confirmándolo después cuando se le
permitió la entrada al laboratorio del Museo de Antropología e Historia de Baja
California Sur para observar los lasillos que ahí conservaban de un faldellín
pericué hecho con nudillos de carrizo de más de 700 años de antigüedad en
cual se le solicito les elaborara con esta técnica para colocar en un maniquí de
una mujer pericué junto con un pectoral de concha de madreperla para su
compañero.
Ya logrado este paso comenzó confeccionar arcos completos con su flechas
haciendo sus amarres con esta fibra de plátano poniendo mango a las hachas
haciendo los amarres con esta fibra, logrando de esta manera piezas que
envidiaría cualquier coleccionista de armas antiguas y así consiguió hacer su
primera pequeña exposición durante el mes de mayo al mes de agosto de 2013 en
Centro de Artes Tradiciones y Culturas Populares de Baja California sur.
Casimiro Gardea Orozco presento esta serie de objetos con la finalidad de
que las personas obtengan una imagen de cómo eran utilizados y la importancia
que tenían para las culturas de los indígenas californios dedicados
principalmente a la caza y recolección de frutos y semillas. Además esta piezas
son concebidas por el autor como una artesanía diferente tal vez, pero no menos
importante al ser hechos con enorme destreza y habilidad..
Reconocemos la constante labor de este artesano que nos ofrece una
interesante visión de la cultura de los antiguos californios, esperando que
hayan disfrutado de esta muestra del talento y creativad de este Sudcaliforniano
por adopción.
Hoy sus piezas están a la venta en:
La Casa del Artesano Sudcaliforniano
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Parque Cuauhtémoc Bravo y Mutualismo Frente al Malecón
TAMBIEN BUSCALAS EN:
Artesanías El Colibrí
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Huracán Liza es considerado el peor desastre natural
en la historia de Baja California Sur .
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