En 1944, el teniente de la inteligencia japonesa había recibido la orden
de boicotear la isla filipina de Lubang y asumió el mandato con tanto
fervor que, 15 años después, no pensaba todavía en rendirse.
Hiroo Onoda tuvo el raro privilegio de morir dos veces
en una sola vida. En 1959, cuando el soldado japonés llevaba casi 15
años desaparecido tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, las
autoridades dijeron basta y firmaron el acta de defunción.
Onoda estaba aún oculto en la selva de Filipinas (vivo, claramente) y
nunca dijo si sintió algo al morir en el papel... una picazón, una
corazonada, un calambre en el cuello.
En 1944, el teniente
de la inteligencia japonesa había recibido la orden de boicotear la
isla filipina de Lubang y asumió el mandato con tanto fervor que, 15
años después, no pensaba todavía en rendirse. Fue hasta 1974 cuando
aceptó salir de la jungla, luego de que su antiguo comandante dejara su
retiro como librero y cruzara el mar desde Japón para relevarlo de su
puesto.
La semana pasada, el registro nipón de
defunciones anotó de nuevo el nombre de Hiroo Onoda. Esta vez fue en
serio: falleció el 16 de enero del 2014 en un hospital de Tokio,
convertido en una celebridad de la cultura de la posguerra, el último de
los grandes tercos japoneses.
Los haikus
, estos poemas pequeños de menos de 17 sílabas que tan bien trabajó
Matsuo Bashô, son parte importante de la tradición japonesa. Ahí están
las estrellas, el otoño, el viento que empuja como un niño las flores
del cerezo. Ahí la vida del jardín, del orden, del honor.
Honor y órdenes, hasta la muerte. Todos son felices víctimas y feligreses de su código de honor, escrito a veces, observado siempre.
Onoda no fue un caso aislado. Son docenas los
uniformados nipones que sobrevivieron el pasar de los años. El teniente
fue el penúltimo, solo superado por Teruo Nakamura, a quien debieron
arrancarlo de la selva de Indonesia en diciembre de 1974.
La venganza de los 47 ronin
ayuda a comprender el porqué de estas vigilias eternas. En el siglo
XVIII, 47 samuráis quedaron huérfanos cuando su líder agredió a un alto
funcionario y se suicidó por el deshonor. Los guerreros planificaron su
revancha durante dos años, asesinaron al funcionario y luego fueron
sentenciados a suicidarse. Y lo hicieron.
Esa es la
herencia de los samuráis que recibieron los soldados del siglo XX. Está
en su sangre. Cuando el emperador japonés Hirohito decretó rendirse y
finalizar los combates, su ministro de guerra se quitó la vida.
Otro caso: el último general a cargo de la defensa de Tokio ordenó a
sus subalternos quemar sus banderas. Luego, él mismo se suicidó con la
esperanza de que bastara para librar del deshonor a su ejército.
Honor y órdenes, hasta la muerte. Así también le pasó a Onoda. Todos
son felices víctimas y feligreses de su código de honor , escrito a
veces, observado siempre.
Hiroo Onoda nació el 1.° de
marzo de 1922 y se enlistó a los 20 años en el ejército japonés. En
diciembre de 1944, el teniente de Inteligencia Militar arribó con otros
tres soldados a Lubang con la misión de sabotear al enemigo y no
claudicar jamás.
Tras la rendición japonesa,
empezaron a caer volantes del cielo anunciando el final de la guerra e
invitando a los combatientes a salir. Los cuatro hombres concluyeron que
se trataba de propaganda aliada. Lo mismo pensaron cuando unos aviones
arrojaron órdenes de retirada del general Tomoyuki Yamashita y fotos y
cartas de familiares. Falso, falso; todo falso.
Sin
embargo, el tiempo no pasa en vano. Onoda se fue quedando solo. Uno de
sus compañeros se rindió en 1950 ante el enemigo inexistente y otro fue
asesinado por un campesino en 1954. Para inicio de los años 70, su único
compañero era Kinshichi Kozuka.
Para que Onoda reviviera, primero tuvo que morir Kozuka.
Son muchas las marcas que deja el vivir tres décadas en la selva, huyendo, robando y matando. Viviendo de bambú y arroz robado. El teniente y sus camaradas lo mismo incendiaron viviendas que mataron campesinos
En 1972, Kinshichi Kozuka recibió dos balazos en el
pecho cuando quemaban arroz como parte de sus actividades de guerrilla.
Onoda quedó solo y luchando una guerra imaginada, pero convencido de que
el conflicto seguía.
En Japón, sin embargo, la muerte de Kozuka levantó sospechas. Si este tipo aparece 27 años después, ¿por qué no Onoda?
Para ese entonces, era una figura de leyenda. Un hippie
llamado Norio Suzuki salió de Japón buscando a Onoda, a un panda y al
abominable hombre de las nieves, en ese orden. Lo halló en Filipinas y,
tras entablar amistad, el teniente le confesó que debía mantener la
posición, tal como le habían ordenado.
Suzuki sí regresó a Japón y trajo consigo fotos para probar su historia.
Pues nada, el gobierno decidió llamar a quien carajos hubiera sido el
superior inmediato de ese hombre durante la guerra para llevarlo de
regreso al archipiélago filipino.
Hiroo Onoda se
rindió el 9 de marzo de 1974 después de recibir una orden directa de su
comandante. No antes, no después. Tras hacerlo, le dio un detallado
reporte de la información recolectada tras 29 años de inteligencia,
informó entonces la revista Time .
El teniente tenía todavía su rifle Arisaka 99 en perfecto estado, 500
rondas de municiones, varias granadas de mano y el puñal que recibió de
su madre en 1944.
Ese día, otro soldado japonés
cumplió con su palabra. El teniente aguantó tantísimos años porque al
llegar a Filipinas había recibido una orden clara de su superior
inmediato: “Esta misión puede durar tres años, puede durar cinco, pero
pase lo que pase, volveremos por ustedes”.
El mayor Yoshimi Taniguchi, el superior de Onoda, llegó tarde, pero cumplió.
Hiroo Onoda regresó a un Japón diferente. El gobierno que vivía en los
rascacielos de Tokio era cercanísimo al viejo enemigo norteamericano y,
en su ausencia, las familias niponas vieron al hombre alcanzar la Luna
desde sus televisores. Constelaciones de automóviles llenaban la
capital. Su país no existía.
Sin embargo, él era lo que Japón necesitaba. “Parecía
personificar una devoción a los valores tradicionales que muchos
japoneses pensaron que habían sido perdidos”, escribió The New York Times en su obituario .
A su regreso, el primer ministro no escatimó poesía, y escribió en su
honor: “El aire de un héroe celestial será asombroso por mil otoños”.
La población abarrotó las calles para verlo, pero Onoda no encontró
reposo.
Un año después de salir de Filipinas, emigró
a una colonia tradicionalista en la meseta brasileña. Allí hizo su vida
y no regresó a Japón sino hasta 1984. Desde esa fecha, empezó a
alternar entre ambos países, pero siempre receloso de la ciudad.
Esas son las marcas obligatorias que deja el vivir tres décadas en la
selva, huyendo, robando y matando. Viviendo de bambú y arroz robado, el
teniente y sus camaradas lo mismo incendiaron viviendas que mataron
campesinos. Era guerra.
Hiroo Onoda finalizó su
lucha cuando llegó a capitular frente al presidente de Filipinas,
Ferdinand Marcos, en 1974. Todavía en su uniforme rasgado por la selva,
el teniente apeló al honor japonés cultivado durante milenios y se
rindió del único modo que supo.
Tomó su espada samurái y se la ofreció al presidente.
El Teniente Hiroo Onoda
Hace algunos meses les conté la historia del sargento japonés Soichi Yokoi
que permaneció escondido y en guerra, internado en la selva de la Isla
de Guam durante 28 años, hasta 1972 en que lo encontraron por
casualidad.
Pues él no fue el único soldado japonés que se ocultó de los aliados. También hubo otros soldados sobrevivientes que estuvieron escondidos durante años sin saber que la Segunda Guerra Mundial terminó y esperando el victorioso rescate del ejército japonés.
Otro legendario militar de éstos, es el Teniente Hiroo Onoda que “se mantuvo en guerra” y aislado del mundo durante casi 30 años.
Onoda nació el 19 de marzo de 1922. Fue entrenado como oficial de inteligencia y el 17 de septiembre de 1944 fue enviado a la Isla Lubang en Filipinas. Las órdenes de Onoda eran realizar una guerra de guerrillas contra los estadounidenses, que estaban listos para invadir la isla, especialmente atacando las pistas de aterrizaje y los muelles del puerto para evitar que fueran usados por el enemigo.
Antes de empezar la misión, el Mayor Yoshima Tanigushi, les dijo claramente a sus soldados:
Las fuerzas aliadas fueron superiores militarmente y tomaron el control de la isla en pocos días. La mayor parte de los soldados japoneses murieron o fueron hechos prisioneros. Onoda y tres compañeros más (Yuichi Akatsu, Siochi Shimada y Kinshichi Kozuka) lograron huir y se internaron en la selva de aquella isla, prácticamente se aislaron del mundo. Esto ocurrió casi al final de la guerra, pero Onoda y sus compañeros no lo sabían; para ellos la guerra continuaba y su vida de guerrilleros se prolongó durante años, donde nunca se enteraron de la Orden Imperial de deponer las armas.
Los cuatro hombres sobrevivieron alimentándose con frutas y cazando animales salvajes o robando de los rebaños de los campesinos, tratando siempre de no llamar la atención ni desperdiciar municiones.
Un día encontraron cerca a la costa un panfleto que decía: "La guerra terminó el 15 de agosto de 1945. ¡Bajen de las montañas!"
Onoda y sus hombres analizaron el panfleto y pensaron que era una trampa para capturarlos. Decidieron internarse aún más en la jungla. Durante años encontraron otros panfletos, cartas, periódicos, fotografías e indicios para que depongan las armas, pero siempre pensaron que se trataban de trucos yankees para obligarlos a salir y hacerlos prisioneros.
Los cuatro hombres vivieron así durante años, atacando y saqueando comunidades rurales y a soldados filipinos que encontraban en “su territorio”. Durante esos años mataron un considerable número de personas en sus ataques clandestinos.
Si bien estaban entrenados para sobrevivir en la selva, nada fue más aleccionador que pasar tanto tiempo ahí arreglándoselas como podían. Remendaban sus uniformes haciendo hilos con lana silvestre y utilizando alambres en lugar de agujas. Los árboles de palmas les eran muy útiles ya que con la fibra de su tronco se cepillaban los dientes, y extraían el aceite para engrasar sus armas.
Básicamente su dieta era a base de plátanos, cocos, larvas y una que otra ave o roedor que atrapaban. Por este motivo, cuando lograban robar una vaca y comer carne de res, les caía pesada y les daba fiebre, la que sabían contrarrestarla bebiendo leche de cocos verdes. De ésta forma, se mantuvieron sino saludables, al menos satisfechos.
Cuatro años más tarde, en 1949, el soldado Akatsu ya no aguantó el aislamiento y decidió regresar a casa. Un día, sin previo aviso, decidió abandonar a sus tres compañeros. Al poco tiempo, Onoda y sus hombres encontraron una nota de Akatsu en la que les decía: que había sido encontrado por tropas filipinas amigas, que lo habían acogido cuando abandonó la jungla. Ellos creyeron que Akatsu había sido forzado a escribir esa nota y por tanto continuaron sus patrullajes y ataques guerrilleros con mayor precaución.
Cinco años después, a mediados de 1954, Onoda y sus hombres se encontraron en la playa con una patrulla de soldados que justamente los buscaban para rescatarlos, pero la psicosis de los fugitivos pudo más y empezaron a dispararles. En este cruce de balas cayó abatido el cabo Shoichi Shimada. Después de este incidente, Onoda y Kozuka volvieron a internarse en la selva, ahora solo quedaban ellos dos.
Para mayo de 1959, quince años después de que se escondieron en la jungla, llegó a la isla otro grupo de búsqueda liderado por los hermanos de ambos soldados. Permanecieron durante seis meses tratando de encontrarlos. No tuvieron éxito. En esa oportunidad el hermano de Onoda comenzó a cantar usando un megáfono con la esperanza que su hermano reconociera su voz. Hiroo Onoda pensó que alguien trataba de suplantar a su hermano Toshio.
Después de esta infructuosa búsqueda, las autoridades japonesas los declararon como desaparecidos.
Pasaban los años, y el Subteniente Onoda junto al soldado Kozuka continuaban en su guerra solitaria, convencidos de que algún día regresarían las fuerzas japonesas a recuperar la isla.
El 19 de octubre de 1972, Onoda y Kozuka intentaron incendiar la cosecha de arroz que los campesino habían cosechado, "para sabotear las líneas de abastecimientos del enemigo". Una patrulla de la policía filipina descubrió a los dos hombres y les disparó. El soldado Kozuka -que ya tenía 51 años- murió en el combate, finalizando así 27 años de lucha clandestina. Onoda logró escapar internándose en la jungla.
La noticia de la muerte del soldado Kozuka llegó a conocerse en Japón y reavivó el mito. Supusieron que Onoda debía estar vivo, aunque había sido declarado oficialmente muerto 13 años atrás y ascendido a Teniente como homenaje póstumo. La policía filipina desplegó una intensa búsqueda rastreando a Onoda pero nunca lo localizaron.
Ese mismo año, en 1972, salió desde Japón un nuevo grupo de búsqueda hacia la isla, al que también se unieron sus hermanos Chie y Tadao Onoda. Tampoco pudieron encontrarlo.
Hiroo Onoda se mantuvo oculto en la jungla durante otro año y medio, y hasta su padre formó parte de un grupo de búsqueda que también fracasó en su misión.
En el Japón este soldado llegó a convertirse primero en celebridad y luego en un mito urbano. Su historia recorría colegios y universidades donde se pensaba que sólo era una leyenda.
Un estudiante universitario y soñador llamado Norio Suzuki -que era fanático de estos mitos y leyendas- recopiló en archivos del ejército y con la familia Onoda, toda la información posible del fugitivo soldado. De hecho bromeaba con sus compañeros de aula, que alguna vez encontraría un Oso panda, al Hombre de las Nieves y al Teniente Onoda.
Este joven aventurero, con la poca información que pudo obtener, tomó un día su cámara de fotos, unos apuntes y la mochila. Partió a Filipinas a buscar a su héroe.
Una mañana, mientras hacía su búsqueda habitual de cocos, Onoda divisó un toldo en forma de carpa cerca de la playa. Cerca al toldo pudo ver a un joven sentado que leía unos apuntes. Se escondió y decidió vigilarlo de cerca. Estaba en un dilema porque al encontrarse solo no podía tomar prisioneros, pero después de una difícil comunicación inicial, Onoda confió en el muchacho y se hicieron amigos. Suzuki trató de convencerlo de que la guerra había terminado hacía mucho tiempo, pero Onoda estaba determinado a no rendirse a menos que se lo ordenara su superior, el Mayor Tanigushi. Suzuki tomó fotografías de ambos y convenció a Onoda para reunirse en ese mismo lugar dos semanas después.
El 7 de marzo de 1974, Onoda fue al lugar del encuentro, donde Suzuki le mostró las fotografías reveladas. Después de 29 años, Onoda veía su rostro por primera vez y se asombró por el parecido que se encontró con las caras de sus tíos. Suzuki le dijo que su ex comandante, el Mayor Tanigushi lo esperaría en ese lugar dos días después.
El 9 de marzo, Onoda se presentó con mucha cautela y con su fusil rastrillado, en caso de que fuera una emboscada. Vestido con su uniforme, su espada y el fusil Arisaka y varias granadas de mano se dispuso a presentarse a su superior. Aún esperaba recibir nuevas órdenes para continuar la lucha contra los estadounidenses.
El Mayor Tanigushi, que hacía mucho tiempo era un civil, llevó consigo la carta del Emperador donde se le ordenaba deponer las armas y cesar las acciones de combate. Se la leyó en voz alta. Después de unos instantes de profundo silencio y tensión, Onoda abrió el cerrojo de su fusil, descargó el arma y puso todo el equipo en el suelo. Luego se sentó a llorar.
Onoda pasó 29 años combatiendo en la jungla hasta que el 10 de marzo de 1974, se rindió formalmente en la Base de Radares de Lubang, ante el Presidente filipino Ferdinand Marcos. Onoda le presentó su espada en señal de rendición y Marcos se la devolvió en señal de respeto. También lo indultó de los cargos que pesaban contra él, ya que en todo ese tiempo, Onoda y sus hombres habían matado a unos 30 campesinos y herido a un centenar más.
Hiroo Onoda regresó a Japón y fue recibido como un héroe, pero se sintió muy incómodo al no poder adaptarse a la moderna vida japonesa totalmente occidentalizada. Recibió el pago por los años de servicios acumulados, pero la cantidad no era significativa para los años 70. Escribió sus memorias en el libro "No Surrender: My Thirty-Year War" y se mudó a vivir al Brasil.
Un dato sorprendente fue que había llevado cuenta de los días, meses y años, calculándolos por las fases lunares y sólo estuvo desfasado con seis días.
Pues él no fue el único soldado japonés que se ocultó de los aliados. También hubo otros soldados sobrevivientes que estuvieron escondidos durante años sin saber que la Segunda Guerra Mundial terminó y esperando el victorioso rescate del ejército japonés.
Otro legendario militar de éstos, es el Teniente Hiroo Onoda que “se mantuvo en guerra” y aislado del mundo durante casi 30 años.
Onoda nació el 19 de marzo de 1922. Fue entrenado como oficial de inteligencia y el 17 de septiembre de 1944 fue enviado a la Isla Lubang en Filipinas. Las órdenes de Onoda eran realizar una guerra de guerrillas contra los estadounidenses, que estaban listos para invadir la isla, especialmente atacando las pistas de aterrizaje y los muelles del puerto para evitar que fueran usados por el enemigo.
Antes de empezar la misión, el Mayor Yoshima Tanigushi, les dijo claramente a sus soldados:
"Está terminantemente prohibido suicidarse. Puede tomar tres años, puede que sean cinco, pero pase lo que pase, regresaremos para buscarlos. Hasta entonces, mientras uno de ustedes permanezca vivo, esta guarnición seguirá bajo su mando. Se puede sobrevivir comiendo cocos, y si eso fuera necesario, vivirán comiendo cocos. Pero, bajo ninguna circunstancia se rendirán o se quitarán la vida voluntariamente"
Las fuerzas aliadas fueron superiores militarmente y tomaron el control de la isla en pocos días. La mayor parte de los soldados japoneses murieron o fueron hechos prisioneros. Onoda y tres compañeros más (Yuichi Akatsu, Siochi Shimada y Kinshichi Kozuka) lograron huir y se internaron en la selva de aquella isla, prácticamente se aislaron del mundo. Esto ocurrió casi al final de la guerra, pero Onoda y sus compañeros no lo sabían; para ellos la guerra continuaba y su vida de guerrilleros se prolongó durante años, donde nunca se enteraron de la Orden Imperial de deponer las armas.
Los cuatro hombres sobrevivieron alimentándose con frutas y cazando animales salvajes o robando de los rebaños de los campesinos, tratando siempre de no llamar la atención ni desperdiciar municiones.
Un día encontraron cerca a la costa un panfleto que decía: "La guerra terminó el 15 de agosto de 1945. ¡Bajen de las montañas!"
Onoda y sus hombres analizaron el panfleto y pensaron que era una trampa para capturarlos. Decidieron internarse aún más en la jungla. Durante años encontraron otros panfletos, cartas, periódicos, fotografías e indicios para que depongan las armas, pero siempre pensaron que se trataban de trucos yankees para obligarlos a salir y hacerlos prisioneros.
Los cuatro hombres vivieron así durante años, atacando y saqueando comunidades rurales y a soldados filipinos que encontraban en “su territorio”. Durante esos años mataron un considerable número de personas en sus ataques clandestinos.
Si bien estaban entrenados para sobrevivir en la selva, nada fue más aleccionador que pasar tanto tiempo ahí arreglándoselas como podían. Remendaban sus uniformes haciendo hilos con lana silvestre y utilizando alambres en lugar de agujas. Los árboles de palmas les eran muy útiles ya que con la fibra de su tronco se cepillaban los dientes, y extraían el aceite para engrasar sus armas.
Básicamente su dieta era a base de plátanos, cocos, larvas y una que otra ave o roedor que atrapaban. Por este motivo, cuando lograban robar una vaca y comer carne de res, les caía pesada y les daba fiebre, la que sabían contrarrestarla bebiendo leche de cocos verdes. De ésta forma, se mantuvieron sino saludables, al menos satisfechos.
Cuatro años más tarde, en 1949, el soldado Akatsu ya no aguantó el aislamiento y decidió regresar a casa. Un día, sin previo aviso, decidió abandonar a sus tres compañeros. Al poco tiempo, Onoda y sus hombres encontraron una nota de Akatsu en la que les decía: que había sido encontrado por tropas filipinas amigas, que lo habían acogido cuando abandonó la jungla. Ellos creyeron que Akatsu había sido forzado a escribir esa nota y por tanto continuaron sus patrullajes y ataques guerrilleros con mayor precaución.
Cinco años después, a mediados de 1954, Onoda y sus hombres se encontraron en la playa con una patrulla de soldados que justamente los buscaban para rescatarlos, pero la psicosis de los fugitivos pudo más y empezaron a dispararles. En este cruce de balas cayó abatido el cabo Shoichi Shimada. Después de este incidente, Onoda y Kozuka volvieron a internarse en la selva, ahora solo quedaban ellos dos.
Para mayo de 1959, quince años después de que se escondieron en la jungla, llegó a la isla otro grupo de búsqueda liderado por los hermanos de ambos soldados. Permanecieron durante seis meses tratando de encontrarlos. No tuvieron éxito. En esa oportunidad el hermano de Onoda comenzó a cantar usando un megáfono con la esperanza que su hermano reconociera su voz. Hiroo Onoda pensó que alguien trataba de suplantar a su hermano Toshio.
Después de esta infructuosa búsqueda, las autoridades japonesas los declararon como desaparecidos.
Pasaban los años, y el Subteniente Onoda junto al soldado Kozuka continuaban en su guerra solitaria, convencidos de que algún día regresarían las fuerzas japonesas a recuperar la isla.
El 19 de octubre de 1972, Onoda y Kozuka intentaron incendiar la cosecha de arroz que los campesino habían cosechado, "para sabotear las líneas de abastecimientos del enemigo". Una patrulla de la policía filipina descubrió a los dos hombres y les disparó. El soldado Kozuka -que ya tenía 51 años- murió en el combate, finalizando así 27 años de lucha clandestina. Onoda logró escapar internándose en la jungla.
La noticia de la muerte del soldado Kozuka llegó a conocerse en Japón y reavivó el mito. Supusieron que Onoda debía estar vivo, aunque había sido declarado oficialmente muerto 13 años atrás y ascendido a Teniente como homenaje póstumo. La policía filipina desplegó una intensa búsqueda rastreando a Onoda pero nunca lo localizaron.
Ese mismo año, en 1972, salió desde Japón un nuevo grupo de búsqueda hacia la isla, al que también se unieron sus hermanos Chie y Tadao Onoda. Tampoco pudieron encontrarlo.
Hiroo Onoda se mantuvo oculto en la jungla durante otro año y medio, y hasta su padre formó parte de un grupo de búsqueda que también fracasó en su misión.
En el Japón este soldado llegó a convertirse primero en celebridad y luego en un mito urbano. Su historia recorría colegios y universidades donde se pensaba que sólo era una leyenda.
Un estudiante universitario y soñador llamado Norio Suzuki -que era fanático de estos mitos y leyendas- recopiló en archivos del ejército y con la familia Onoda, toda la información posible del fugitivo soldado. De hecho bromeaba con sus compañeros de aula, que alguna vez encontraría un Oso panda, al Hombre de las Nieves y al Teniente Onoda.
Este joven aventurero, con la poca información que pudo obtener, tomó un día su cámara de fotos, unos apuntes y la mochila. Partió a Filipinas a buscar a su héroe.
Una mañana, mientras hacía su búsqueda habitual de cocos, Onoda divisó un toldo en forma de carpa cerca de la playa. Cerca al toldo pudo ver a un joven sentado que leía unos apuntes. Se escondió y decidió vigilarlo de cerca. Estaba en un dilema porque al encontrarse solo no podía tomar prisioneros, pero después de una difícil comunicación inicial, Onoda confió en el muchacho y se hicieron amigos. Suzuki trató de convencerlo de que la guerra había terminado hacía mucho tiempo, pero Onoda estaba determinado a no rendirse a menos que se lo ordenara su superior, el Mayor Tanigushi. Suzuki tomó fotografías de ambos y convenció a Onoda para reunirse en ese mismo lugar dos semanas después.
El 7 de marzo de 1974, Onoda fue al lugar del encuentro, donde Suzuki le mostró las fotografías reveladas. Después de 29 años, Onoda veía su rostro por primera vez y se asombró por el parecido que se encontró con las caras de sus tíos. Suzuki le dijo que su ex comandante, el Mayor Tanigushi lo esperaría en ese lugar dos días después.
El 9 de marzo, Onoda se presentó con mucha cautela y con su fusil rastrillado, en caso de que fuera una emboscada. Vestido con su uniforme, su espada y el fusil Arisaka y varias granadas de mano se dispuso a presentarse a su superior. Aún esperaba recibir nuevas órdenes para continuar la lucha contra los estadounidenses.
El Mayor Tanigushi, que hacía mucho tiempo era un civil, llevó consigo la carta del Emperador donde se le ordenaba deponer las armas y cesar las acciones de combate. Se la leyó en voz alta. Después de unos instantes de profundo silencio y tensión, Onoda abrió el cerrojo de su fusil, descargó el arma y puso todo el equipo en el suelo. Luego se sentó a llorar.
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LA PAZ, BAJA CALIFORNIA SUR
REPLICA DE FALDILLIN PERICUE
ELABORADA CON CORDELES SIMULANDO
A LOS ANTIGUOS HECHOS CON FIBRAS DE MAGUEY,
CARDON O CHOYA (SE ELABORO CON FIBRAS
DE LA HOJA DE PLATANO MANZANO)
Y CON NUDILLOS DE CARRIZO TIERNO
LA PAZ, BAJA CALIFORNIA SUR
CASIMIRO GARDEA OROZCO
EN LAS OFICINAS DE CANAL 8
PARA UNA ENTREVISTA
EN EL PROGRAMA CON SENTIDO
ARTESANIAS LITICAS DE SUDCALIFORNIA / ARTESANO CASIMIRO GARDEA
OROZCO
La cultura de los pueblos que habitaron la península siempre ha causado un
gran interés para los antropólogos y arqueólogos, también ha despertado el
interés de la sociedad que busca conocer y comprender el cómo vivían y
concebían su espacio geográfico.
Gracias a los escritos de los misioneros Jesuitas y Dominicos
principalmente, nos ha llegado información acerca de su modo de vestir,
alimentación y algunas de sus costumbres, aunque hay que señalar siempre con el
sesgo característico de una cultura totalmente diferente. Fue en los últimos dos
siglos (1800-2000) principalmente, cuando los investigaciones y reflexiones
acerca de las culturas indígenas que habitaron la península dieron como
resultado un mayor interés de la población por conocer y comprender de una
manera más objetiva, estas culturas que lograron con el paso de los siglos
adaptarse a un medio hostil.
Esta fascinación despertada ante el hallazgo de algunas puntas de flecha en
1977 en sus paseos por las cercanías de la ciudad de La Paz, especialmente
durante sus caminatas por la playa El Conchalito, hace ya más de 35 años motivo
en Casimiro Gardea Orozco, nacido en la Cd. de Chihuahua, Chih. Y avecindado en
esta ciudad desde 1975, siendo sobreviviente del Ciclón Liza en 1976, por esta
causa estando el internado en La ciudad de Los Niños y Niñas de La Paz y siendo
aprendiz de Diseñador Gráfico en la imprenta, adquirió la costumbre de salir
desde temprano los domingos a caminar por la playa . . . durante estos paseos
fue que encontró sus dos primeras puntas de flecha completas de un tamaño
aproximado a 4 pulgadas de largo en perfecto estado, siendo que él no conocía
este tipo de herramientas, únicamente en el museo y en los libros, dichas
puntas se las mostro a una de las personas encargadas del internado que en unos
de sus viajes a Italia las llevo quedando estas en las manos de una persona que
trabajaba en uno de los museos de aquel país, de las cuales no volvió a saber de
ellas, a cambio esta persona a su regreso le obsequio un cuchillo tallado de
marfil que trajo de áfrica, a partir de ese entonces nació en el la costumbre de
cada vez que salía a caminar… buscar y coleccionar piezas líticas, encontrando
casi en su totalidad piezas fraccionadas o quebradas y esporádicamente piezas
completas, su perseverancia le llevo a juntar más de 40 piezas completas en
perfecto estado las cuales dono en el 2012 al Museo de Antropología e Historia
de Baja California Sur para su exposición junto con un molar de camello
prehistórico que encontró frente al antiguo hotel Gran Baja.
Su labor creativa no concluyo con la entrega de esta colección, sino que al
darse cuenta de que la mayoría de las puntas de lanza y flecha que se encontraba
estaban partidas o quebradas tal vez por el uso que se les dio al ser arrojadas
contra sus presas o a la hora de estar haciendo su percutido se le quebró al
autor original de las mismas y en base a artículos publicados en libros por
investigadores decidió realizar con la técnica de percutido algunas puntas de
flecha que después de muchos intentos logro sus primeras replicas (por
mencionarlas así pero en su caso son originales, por lo regular ninguna pieza es
igual a la otra) durante varios años estuvo guardando estas piezas, no quedando
satisfecho con esto empezó a fabricar también hachas, después le nació la
inquietud de hacerlas de una manera más completa y comenzó a confeccionar arcos
con sus flechas haciendo los amarres con cordel de pesca, pero esto tampoco le
satisfacía y comenzó a investigar el tipo de amarres que los indios californios
usaban, leyendo el algún libro que ellos hacían lasillos machando las raíz del
cardón, choya, ocotillos y magueyes silvestres, tratando de simular esta técnica
intento buscar la manera de hacer algo similar a los hallazgos en las
excavaciones, incluso uso hoja de palma pero no le parecía bien, hasta que en
una charla en internet con un coleccionista argentino este le dijo que en
algunas culturas utilizaban la fibra de la hoja del plátano para vendar las
heridas y en algunos caso los hilos de las hojas para hacer suturas craneales,
que lo intentara de esta manera, así lo hizo logrando lasillos muy parecidos a
los utilizados por los antiguos californios, confirmándolo después cuando se le
permitió la entrada al laboratorio del Museo de Antropología e Historia de Baja
California Sur para observar los lasillos que ahí conservaban de un faldellín
pericué hecho con nudillos de carrizo de más de 700 años de antigüedad en
cual se le solicito les elaborara con esta técnica para colocar en un maniquí de
una mujer pericué junto con un pectoral de concha de madreperla para su
compañero.
Ya logrado este paso comenzó confeccionar arcos completos con su flechas
haciendo sus amarres con esta fibra de plátano poniendo mango a las hachas
haciendo los amarres con esta fibra, logrando de esta manera piezas que
envidiaría cualquier coleccionista de armas antiguas y así consiguió hacer su
primera pequeña exposición durante el mes de mayo al mes de agosto de 2013 en
Centro de Artes Tradiciones y Culturas Populares de Baja California sur.
Casimiro Gardea Orozco presento esta serie de objetos con la finalidad de
que las personas obtengan una imagen de cómo eran utilizados y la importancia
que tenían para las culturas de los indígenas californios dedicados
principalmente a la caza y recolección de frutos y semillas. Además esta piezas
son concebidas por el autor como una artesanía diferente tal vez, pero no menos
importante al ser hechos con enorme destreza y habilidad..
Reconocemos la constante labor de este artesano que nos ofrece una
interesante visión de la cultura de los antiguos californios, esperando que
hayan disfrutado de esta muestra del talento y creativad de este Sudcaliforniano
por adopción.
Hoy sus piezas están a la venta en:
La Casa del Artesano Sudcaliforniano
LA PAZ, BAJA CALIFORNIA SUR
Parque Cuauhtémoc Bravo y Mutualismo Frente al Malecón
TAMBIEN BUSCALAS EN:
Artesanías El Colibrí
Calle indendencia esq. Calle Madero contra esq. Jardín Velasco
Galería Parra
Calle Madero e/ 16 de Septiembre e Independencia
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B.C.S.
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Huracán Liza es considerado el peor desastre natural
en la historia de Baja California Sur .
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