En el norte de México, en la época de la Colonia, habitaron grupos
nómadas entre los que destacaron los zacatecos, los tobosos, los
salineros y los meresalineros, quienes desconocían la agricultura;
tenían como principal sustento la caza y la recolección; habitaban
cuevas; carecían de pertenencias y propiedades, y sucumbieron por su
renuencia de adaptación a las nuevas costumbres impuestas por los
españoles.
Así lo dio a conocer Arturo Guevara Sánchez, especialista del Centro
INAH-Chihuahua, en su estudio Algunas notas sobre los
cazadores-recolectores de Durango, que forma parte de una serie de
investigaciones recopiladas en el volumen Ensayos de Antropología e
Historia de Durango.
De los grandes grupos de nómadas conocidos, informó, se puede señalar
a los zacatecos, que se instalaron en lo que ahora se conoce como los
estados de Jalisco, Zacatecas, Durango, Coahuila y muy probablemente
parte de Chihuahua.
Otros grupos que habitaron Durango fueron los salineros y sus
parientes, los mesalineros, quienes se localizaban al sureste del
estado; aunque también se sabe de la presencia de grupos menores, como
los irritilas, cabezas, negritos, masames, nonojes, acoclames, tonazas y
mamites.
El investigador aclaró que esta forma de denominar a los grupos antes
mencionados, son en realidad sobrenombres que les impusieron los
europeos luego de su llegada, por lo que su verdadero apelativo se
desconoce actualmente.
Acerca de las características que los diferenciaban de otros grupos,
Sánchez Guevara informó que no poseían bienes pues no podían transportar
muchos objetos consigo, además de que no conocían la propiedad privada y
por ello mostraban su disgusto al encontrar tierras cercadas. Sus
propiedades más preciadas eran las flechas y los arcos.
A pesar de que desconocían la agricultura, continuó Guevara, así como
la escritura, para resolver sus propias necesidades los grupos
indígenas requerían ser buenos tejedores, pues con ello podían fabricar
cordeles, canastas, redes, pero además eran buenos botánicos.
Respecto de su forma austera de vivir, agregó que los nómadas
subsistían en áreas que carecían de agua en abundancia y en algunos
casos muy áridas e inhóspitas. En épocas de guerra eso les permitió
alejarse de los grupos europeos sin enfrentar el menor problema de
adaptación.
El arqueólogo asegura en su estudio que las familias nómadas vivían
en cuevas donde podían protegerse de los vientos fríos. En otras épocas
del año podían pasar temporadas calurosas en abrigos sombreados, y
cuando debían pernoctar una o dos noches en un mismo sitio, como cuando
cazaban aves acuáticas, podían improvisar un campamento de corta
duración.
Por otro lado, dijo, los nómadas reconocían la autoridad del jefe de
familia, pero cuando se reunían con otras, en ocasiones era necesario
nombrar a alguien con autoridad sobre las demás. Sin embargo, las
prerrogativas de los jefes eran casi simbólicas, y desaparecían cuando
las familias nucleares se separaban.
De sus creencias religiosas, aseguró que recurrían a la religión y a
la magia para enfrentar muchas de las actividades de su vida. Un ejemplo
de ello es que en la parte noreste de Durango los indígenas creían en
un ser al que temían, una deidad a la que llamaban Cachiripa.
Arturo Guevara destacó también que existen numerosos sitios con arte
rupestre que seguramente fueron considerados como santuarios. Uno de
ellos en lo alto del Peñón Blanco, otros más cerca de El Zape de la
ciudad de Tepehuanes, de Nombre de Dios y de la Región Lagunera.
Existen varios motivos por los que se desconocen las particularidades
del pensamiento religioso de los grupos nómadas, el principal fue que
carecían de escritura y no dejaron ningún vestigio al respecto, aseguró.
Sobre su desaparición, el arqueólogo del INAH de Chihuahua, dijo que
al parecer ha sido total y sólo quedan algunos grupos de sedentarios en
Durango. Los nómadas por su parte, fueron desapareciendo no sólo por las
guerras, sino también por los asentamientos forzosos con sus vecinos,
en cuya interacción se diluyeron sus rasgos particulares.
Los grupos nómadas, agregó, fueron diezmados por la guerra y por las
epidemias traídas por los españoles. Se dice además que la falta de
adaptación a los cambios fue lo que propició la disolución de la cultura
de los grupos cazadores-recolectores.
Fueron diezmados porque no actuaban como iguales, sino como
superiores, toda vez que no respetaban la paz ya pactada y no aceptaban
las costumbres impuestas por los europeos. Por ejemplo, se disgustaban
porque debían ser forzosamente monógamos, cuando ellos practicaban la
poligamia.
Ante este tipo de renuencias, muchos fueron deportados a los estados
más alejados del norte, de donde ya no regresaron. Otros sólo alcanzaron
a separarse por familias. En resumen, la Colonia fue una época en la
que debían adaptarse o desaparecer, al menos para las culturas étnicas.
De ahí que les fuera muy difícil subsistir, aseguró Arturo Guevara
Sánchez.
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