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ENTREVISTA A PAOLA ESPINOSA EN LONDRES . . . .
Soy Paola Espinosa, clavadista. Soy de La Paz, Baja California Sur.
Paola Espinosa
ya es toda una leyenda del deporte mexicano
(FOTO: Archivo )
Londres, Inglaterra | martes, 31 de julio de 2012 | 14:26
Hola, soy Paola
Les voy a platicar un poco de mi vida. Soy Paola Espinosa, clavadista. Soy de La Paz, Baja California Sur.
Soy de una familia de deportistas, por parte
de mi papá, ya que él y sus hermanos fueron nadadores. Siempre me
inculcaron los deportes acuáticos, me empezaron a llevar a los
gimnasios, a las albercas, porque no me aguantaban en mi casa -esa es la
verdad-, porque era muy hiperactiva. Mi mamá no sabía qué hacer
conmigo.
Todos los deportes me aburrían y me corrían
por estar jugando en todos lados. El único deporte que me gustaba, por
el miedo de subirme al trampolín o a la plataforma, eran los clavados.
Recuerdo que mi primer clavado fue de la mano de mi hermana, así empecé en este deporte.
Recuerdo que mi primer clavado fue de la mano de mi hermana, así empecé en este deporte.
Mi primera competencia fue a los 7 años, en un
evento llamado talentos deportivos, en el que te hacían pruebas de
flexibilidad, “puntas”, parados muy sencillos. En esa competencia quedé
en segundo lugar, pero cuando pasé por la medalla no me gustó. Recuerdo
que cuando me dieron la medalla lloré mucho y le dije a mi mamá que no
me gustó; entonces, me dijo que si no me había gustado, tenía que
trabajar más fuerte para que en la próxima competencia fuera la número
uno.
Esas palabras se me quedaron grabadas y así me dediqué de lleno a entrenar para llegar a ser la mejor y la número uno.
Esas palabras se me quedaron grabadas y así me dediqué de lleno a entrenar para llegar a ser la mejor y la número uno.
Recuerdo que en esa competencia lloraba porque
yo quería la medalla amarilla (la de oro, claro) y ahí fue cuando
empecé a soñar en hacer “paraditos” perfectos. Ese era mi sueño.
Poco a poco fui subiendo de nivel. Primero, un clavado sencillo, luego uno de vueltas y más grandes los giros.
A los once años me invitaron a formar parte de
la selección infantil-juvenil y tenía que irme sola a la Ciudad de
México. Mis papás me preguntaron qué quería y les dije que sí quería
irme; sin pensarlo, a los dos meses me fui y ellos me apoyaron. Mi
familia se separó: al principio mi mamá se vino conmigo (hasta que
terminé la secundaria). Fueron etapas muy bonitas para mí porque aprendí
a valorar mucho a mi familia, vivía de lunes a sábado sola; el sábado
en la tarde los veía y el domingo me regresaba como si fuera un
internado. Iba a la escuela sola, hacíamos dos entrenamientos al día y
terminábamos a las nueve y media de la noche. Me gustaba ir al gimnasio,
a la alberca e ir mejorando día con día y siempre me gustó sentir que
le iba ganando a mis compañeros.
Lo difícil de estar en una selección
infantil-juvenil era estar lejos de mi familia. Siempre he sido una
persona de casa, tengo una hermana mayor y al principio dije “qué bueno
que ya no me voy a pelear con mi hermana”, pero después me di cuenta de
que me hacían mucha falta cuando había tenido un mal día, cuando me
pegaba en el trampolín, en la plataforma, o cuando tenía gripa o
simplemente extrañaba mi casa.
Muchas veces quise escuchar las palabras de
“mañana será un día mejor” de mi mamá o mi papá, pero siempre era por
teléfono. Nunca un abrazo, un apapacho.
Cuando estaba cansada y tenía todavía que
hacer tarea, era el momento en que extrañaba a mi hermana, o que mis
papás me dijeran “no pasa nada, ya verás que todo esto vale la pena y
que en el futuro tendrás la recompensa”.
Después salí a competir a un buen nivel y mi
carrera se convirtió en un sueño familiar. Siempre quise ir a Juegos
Olímpicos, los veía por la televisión y siempre quise estar en la
plataforma de 10 metros, ponerme un traje bonito, hacer vueltas y giros.
Y ese momento llegó en Atenas 2004, a los 17 años.
Mis primeros Juegos Olímpicos llegaron muy
rápido, antes de lo que imaginaba. Esos Juegos los había soñado toda mi
vida, había trabajado mucho para estar ahí y creí que sería una gran
fiesta, que los iba a gozar; siempre pensé en el uniforme de México, en
la vuelta olímpica como se ve en la TV, pero no fueron lo que yo
esperaba.
Tres meses antes de los Juegos me quitaron a
mi entrenador por circunstancias ajenas a mí. Me hicieron entrenar con
otra persona (con la que no me llevaba bien) unos dos días antes de los
Juegos Olímpicos. Entrenábamos un clavado que en ese entonces solamente
tres mujeres en el mundo lo hacían… y ahora soy la única que lo hace,
que es el “tres y media vueltas de holandés”, un clavado que requiere de
mucha fuerza, que solamente hacen los hombres y que, entrenándolo a mis
17 años, caí totalmente de panza en el agua.
No sentí nada, no recuerdo bien, sólo sé que
sentía caliente, que no pude salir de la alberca, que se aventaron mis
compañeros por mí. El traje estaba pegado a la piel, tenía sangre, veía
sangre, no podía respirar, los doctores llegaron y me pusieron hielo.
Todo esto a dos días de los Juegos Olímpicos. Ese ha sido el peor golpe
de mi vida, no sólo físico sino también emocional porque en ese entonces
no tuve a nadie que me ayudara, tenía un entrenador al que no le
importaba y fue por mí misma que pude vencer el miedo y salir adelante.
Llegué a los Juegos de Atenas entrenando con
alguien al que no le importaba que me hubiera pegado, que eran mis
primeros Olímpicos y no tuve el aliento para superarlo, así que me apoyé
en uno de mis compañeros (Rommel).
Competía en cuatro pruebas y en las cuatro
logré ser finalista. En la plataforma, después de haber hecho ese
clavado en el que me había pegado, pasé a las semifinales en sexto
lugar, enfrentándome a las mejores del mundo. Fue entonces cuando supe
que yo también era buena y eso me ayudó a ver las cosas diferentes.
El entrenador mexicano en esos Juegos
Olímpicos, en plena competencia, me corrió porque no le gustó que le
ganara a su alumna. Entonces fue Rommel quien empezó a dirigirme en la
competencia.
Me daba miedo tirar 10 metros, llevaba apenas
un año tirando plataforma, pero aprendí mucho en estos Juegos, aprendí
que en la vida misma nos vamos a encontrar muchas piedritas en el
camino, muchos obstáculos porque así es la vida, pero el chiste es
aprender de cada una de esas experiencias para no volver a caer.
Es bueno caer, y caerse muchas veces. Lo que
no es bueno es tropezarse con la misma piedra, debemos aprender de las
que vamos saltando y que nos hicieron caer.
Después de Atenas 2004, a mi regreso estuve a
punto de retirarme. La persona que evitó que lo hiciera fue mi actual
entrenadora, Ma Jin. Ella se hizo cargo de nosotros. Al principio nos
caíamos mal, ella no hablaba bien español y tuve que cambiar toda mi
técnica. Todo lo que me habían enseñado de chica estaba mal; con ella
aprendí una nueva técnica, una nueva forma de hacer clavados y fue el
momento clave para demostrar que sí podía estar en la elite.
Al principio fue muy difícil, incluso en los
Centroamericanos de 2006 quedé siempre en segundo, lo cual me causaba
mucho enojo porque yo sabía que podía ser primera, pero no podía; en
2007 también en el Mundial estuve muy cerca de una medalla y al final
tampoco pude. Después comprendí que la preparación no solamente tenía
que ser física, sino también mental, que tenía que saber controlar mi
cuerpo con mi mente, mis emociones, porque clavados es un deporte en el
que debes estar muy tranquila, serena y concentrada para tirar una buena
ejecución, para tener los movimientos exactos. No puedes tirar con
exceso de adrenalina porque te pasas, así que comencé a trabajar mi
mente.
En los Panamericanos me comenzó a ir bien,
logré tres medallas de oro -algo que nunca se había logrado- y fue el
momento justo en el que sentí la conexión con mi entrenadora y una mayor
madurez física y mental. También fue el momento de convencer a mucha
gente que quería correr a mi entrenadora porque ella llegó a sobresalir
en un deporte en el que siempre habían figurado los mismos entrenadores.
Y nosotros éramos el grupo en el que nadie creía y al que querían
dividir, al grado que mi entrenadora, Rommel y yo decidimos que si ella
se regresaba a China, nosotros nos iríamos con ella.
Después llegó Beijing 2008. Eran unos juegos
muy esperados para mí, la posibilidad real de tener una medalla
olímpica, de culminar todos mis sueños y objetivos. Empezó la prueba de
sincronizados, en la que no estábamos tan bien preparadas, pues apenas
llevábamos un año tirando, pero salimos en un buen día, con buena
sincronía y fue posible un buen resultado (bronce).
Tatiana y yo soñamos con ver la bandera, nos
sentimos muy contentas, sincronizamos bien, se dieron las cosas en ese
momento para tener esa medalla de bronce. La verdad, cuando estuve
parada en ese podio, ver a mi familia, a tanta gente, a la gente que me
apoyaba y gritaba “¡México!”, fue una de las experiencias más bonitas de
mi vida, que no cambiaría por nada.
Una medalla olímpica que pocos en el mundo
podemos presumir, que es reflejo de mi trabajo, de mi entrenadora. Ella
llegó a México hace ocho años, fue un cambio repentino para bien, pues
la potencia en clavados es China y mi entrenadora nos enseñó muchas
técnicas nuevas.
En México hay mucho talento, pero faltan
entrenadores capacitados para impulsar esos talentos, somos fuertes
naturales, rápidos, explosivos, por eso hay tantos niños que vienen
atrás de nosotros, lo que no hay son buenos entrenadores o entrenadores
capaces de impulsar a estos talentos.
En Beijing me tocó ser la abanderada de la
delegación. Fue una experiencia muy bonita, con la bandera de México;
fuimos de los últimos países en pasar, estaba muy nerviosa, la bandera
pesaba mucho y hacía mucho aire; el piso estaba resbaloso y el
contingente mexicano que estaba atrás de mí gritando, echando porras,
cantando el Cielito Lindo, me hacía sentirme orgullosa de que México
estaba presente en esos Juegos. Y queríamos ganar y decirle al mundo a
lo que íbamos.
Yo iba pensando ese día en lo orgullosa que me sentía de ser mexicana.
Mi prueba individual de 10 metros sinceramente
no fue lo que yo esperaba. Esperaba mucho más de mí, de mi trabajo, de
mi esfuerzo, pasaron muchas cosas por mi cabeza, y esos cinco clavados a
la fecha me siguen doliendo. Es un dolor que está ahí y que no se me va
a quitar hasta Londres.
Aprendí mucho de estos Juegos, que todo lo que
había entrenado en mi vida era para ese momento, que para ese segundo
que dura el clavado entrenas toda tu vida, y que para estar ahí debes
estar concentrado y pensar nada más en lo que has trabajado.
No te puedes parar en la plataforma y pensar
en las banderas, en México. Yo sé que todos los ojos están puestos en
mí, eso no lo puedo controlar, ni el aire, la gente, el sol, pero lo que
sí puedo controlar es mi mente, mi cuerpo, pararme en 10 metros y hacer
lo que sé, ni más ni menos, pararme en la plataforma y hacerlo de la
misma manera en que lo he entrenado.
En esos Juegos mi insatisfacción fue porque
quedé en cuarto lugar individual, que no es nada malo, pero a mí me
hubiera encantado ser la número uno o estar entre las tres, volver a
estar en el podio olímpico, ahora de manera individual, porque esa era
mi verdadera expectativa en Beijing.
Lo que sé es que lo que me pasó en Beijing no
me vuelve a pasar. Ya lo aprendí, lo viví, incluso lo apunté en una
libreta para que no me vuelva a pasar, y para estar segura de lo que
viví volveré a leer esa libreta y retomaré todo lo sucedido para que en
esta ocasión las cosas sean diferentes.
Después de Beijing pasó un periodo largo. Me
dio varicela en China, me tuve que quedar allá sola con mi doctor en
cuarentena, antes de una competencia muy importante que era el
Campeonato Mundial de Roma en 2009. No iba preparada físicamente para
ese campeonato del mundo, no había entrenado lo suficiente, no había
subido a los 10 metros, pero me acuerdo mucho de las palabras de mi
entrenadora. Ella me dijo: “Sé que no has entrenado, que físicamente no
estás bien, pero a veces las competencias se ganan con la cabeza, a
veces la experiencia te ayuda a salir adelante, sabiendo que no vienes
preparada físicamente. ¿Cuántos años llevas en esto?, ¿cuántas veces has
hecho estos clavado y subido a 10 metros?”.
Así tuve en Roma la peor competencia de mi
vida y también la mejor en apenas dos días. En la eliminatoria éramos 33
mujeres. Nunca había hecho tan pocos puntos: mi primer clavado, mal;
segundo clavado, mal; el quinto, más o menos, y con el último me metí
entre las 18 primeras que avanzaba a la semifinal. Me quedé a una décima
de estar fuera.
Cuando vi que me había ido tan mal, me metí a
cambiar, ni siquiera terminé de ver la competencia, pero llegó mi
entrenadora y me dio una palmada y me dijo: “sí pasaste”. En ese momento
me di cuenta que la vida me tenía preparado algo muy bueno y que me
estaba dando otra oportunidad.
Dormí bien, cené bien, al otro día llegaron
las semifinales y empecé a tirar mis clavados y bien, me sentía normal,
estaba muy concentrada en lo que tenía que hacer.
Tenía una conexión con mi entrenadora. Cuando
me subí a tirar mi primer clavado -tres y media al frente-, bien. Es el
que más trabajo me cuesta porque tienes que controlar la adrenalina y
por eso es tan difícil de meter. El segundo de clavado tiene mucho
grado, si caes bien te pueden dar muchos puntos. Caigo, salgo y escucho
las calificaciones. Fue la primera vez en mi vida que me daban 10, pero
no podía sonreír, no podía festejarlo porque cuando salí de la alberca,
mi entrenadora no decía nada, no me dijo “bien”, sólo me dio palmadas en
la espalda.
Entre clavado y clavado escucho música, de
todo un poco, para concentrarme. Mi siguiente clavado fue el “tres y
media de holandés”. Me paré en la punta de la plataforma, salté, caí y
me volvieron a dar 10. Era el tercero de mi lista y me habían dado dos
dieces en esta competencia, y ahora sí pensé que todo iba bien.
En el quinto y último clavado sabía que iba
bien, que estaba entre las mejores del mundo, así que subí las escaleras
y lo único que pensé era en lo que me decía mi entrenadora: “sube
brazos, sube brazos, sube brazos”. Tiré el último clavado y vi a mi
equipo festejando y sonriendo, entonces creí que sí lo había hecho bien,
vi el tablero y no me creía estar en primer lugar. Mi entrenadora
estaba feliz, me abrazó y, como buena china, me dijo que me habían
fallado los dedos de la mano en el parado. Siempre me tiene que corregir
algo porque siempre se pueden hacer mejor las cosas y los clavados es
un deporte en el que siempre se busca la perfección.
Después de 2009 han sido años muy buenos para
mí, pero mi principal sueño es llegar a mis terceros Juegos Olímpicos y
buscar mi sueño, que es ser medallista olímpica individual.
Un amigo me dijo que dejara que la vida me
demostrara si podía ser o no campeona olímpica, porque por mi trabajo,
mi esfuerzo, mi dedicación no quedará. También sé que no voy a cometer
los mismos errores que en Beijing, y que la única que se sube a la
plataforma de 10 metros soy yo, ni los millones de mexicanos, ni las
autoridades ni nadie, así que lo único que me toca hacer es controlar lo
que yo puedo, que es mi mente y mi cuerpo para hacer lo que he hecho
toda mi vida: buscar ese clavado perfecto.
http://olimpicos.eluniversal.com.mx/losmexicanosaldia/detalle/Hola,+soy+Paola-1954
PAOLA ESPINOSA EN EL PROGRAMA EL HORMIGUERO
Mira la entrevista de Paola Espinosa
Clavadista Sudcaliforniana
en El Hormiguero Mx
http://us.azteca.com/videos/elhormigueromx/222217/mira-la-entrevista-de-paola-espinosa-en-el-hormiguero-mx
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EL HORMIGUERO
El segmento de Pichas y Cachas:
Chapuzón o chipotón Con Paola Espinosa
Clavadista Sudcaliforniana
http://us.azteca.com/videos/elhormigueromx/222207/el-segmento-de-pichas-y-cachas-chapuzn-o-chipotn
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Mira los experimentos de Mau Nieto con Paola Espinosa
Clavadista Sudcaliforniana
http://us.azteca.com/videos/elhormigueromx/222216/mira-los-experimentos-de-mau-nieto-con-paola-espinosa
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Paola Espinosa Clavadista Sudcaliforniana
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http://us.azteca.com/videos/elhormigueromx/222216/mira-los-experimentos-de-mau-nieto-con-paola-espinosa
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la entrevista de Paola Espinosa
Clavadista Sudcaliforniana
en El Hormiguero Mx
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Problemas como obesidad, sobrepeso y hasta el mismo bullying, son algunas de las principales preocupaciones para Paola, quien busca motivar a la niñez y a los mismos padres para que encuentren en el deporte un futuro que les ayude a tener una vida sana.
La manera de hacerlo es compartiendo la experiencia que la misma clavadista olímpica vivió desde niña; "Mis papás no sabían qué hacer conmigo", frase de Paola que hace referencia a su niñez, cuando se le diagnosticó déficit de atención con hiperactividad; lo que, hasta cierto punto, la llevó a canalizar toda esa energía en el deporte y la volvió una de las deportistas más importantes de nuestro país.
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(Paola Espinosa de niña)
"Créanme que tengo muchas responsabilidades como deportista, y en mi vida también, pero es algo que no quería dejar de hacer; quiero estar activa en mi deporte para que todos los niños se den cuenta que se pueden hacer las cosas, poderles crear una motivación para que en serio hagan del deporte un hábito en sus vidas", aseguró.
Paola Espinosa Fundación A. C., busca promover el deporte desde una visión de juego y motivación, a través de clínicas de activación impartidas por especialistas en educación física que estarán en diferentes ciudades y municipios, en escuelas públicas y privadas, en áreas deportivas y casi en cualquier lugar de la República Mexicana donde hay niños de entre 6 y 13 años a quien Paola se pueda dirigir; pues en cada una de estas activaciones participará la clavadista compartiendo su historia de éxito, además de apoyarlos en el aprendizaje de movimientos básicos y variados, en un ambiente sano y de juego limpio.
Y es que el programa que la deportista está presentando, fue compuesto por especialistas en educación física de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF); donde se incluyen movimientos atléticos básicos como las carreras de salto, pues se trata de desarrollar sus habilidades como velocidad.
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"Lo que nosotros hacemos es una activación física, los maestros van a tener que seguir dando seguimiento y me encantaría regresar y seguir haciendo activaciones físicas con ellos, pero en sí es para dejarles el hábito del deporte", aseguró Espinosa.
El proyecto dio inició con una primera activación realizada en la Escuela Mier y Pesado, en la Ciudad de México, donde cientos de niños además de ejercitarse, pronunciaron el nombre de la deportista una y otra vez a través de porras que los mantenían animados.
"Esta primera activación que fue el principio, quiero dejarle a estos niños que digan: "Paola Espinosa estuvo conmigo y quiero seguir haciendo deporte" y creo que así se fue cada niño. Además, estoy feliz y contenta de que se haya dado aquí; a Mier y Pesado por la oportunidad de hacer la primera activación aquí, a mi familia que estuvo conmigo"Paola Espinosa.
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