La sonda rusa Luna 3 fue la primera en captar una imagen del lado oculto de la Luna. Fue el 7 de octubre de 1959. Su observación ayudó a conocer más sobre la topografía y composición del suelo lunar.
Hace 4.600 millones de años, la Tierra y la Luna, no existían. En el Universo, el único estallido era el de estrellas y la única cola larga que se formaba era la de los cometas. Sin embargo, en un rincón de lo que hoy conocemos como Vía láctea, algunos fragmentos, polvos y gases estelares ya jugaban a fusionarse para formar un cuerpo distinto. Estaban listos para vivir una nueva aventura.
En uno de esos encuentros explosivos se produjo el alumbramiento. Primero apareció la Tierra, que con el tiempo se hizo cada vez más firme y sólida. Luego, una roca extraña y perdida chocó contra su superficie y le arrancó un pedazo. Fin o comienzo de la historia: ese pedacito se transformó en la Luna. Desde entonces giran juntas y no dejan de mirarse cara a cara. Entre ellas hay una verdadera atracción fatal.
En astronomía, esa atracción inevitable se conoce como fuerza gravitacional y es la responsable, entre otras cosas, de la estabilidad del eje terrestre. Si no estuviera tan estable, probablemente viviríamos lamentándonos en medio de desastres naturales (maremotos, terremotos, etc). La Luna nos mantiene a salvo de esa seguidilla de desgracias sólo con su presencia. Y ese “mirarse cara a cara” es el resultado de su ubicación y movimientos orbitales.
Justamente, como consecuencia de esos movimientos, desde la Tierra sólo vemos una de las caras de nuestro satélite natural (ésa es su definición astronómica); la otra permanece envuelta en misterio. De hecho se ganó un nombre que hace volar bien lejos la imaginación: el lado oscuro de la Luna. Según el site oficial de la NASA y los conocimientos básicos de astronomía, de todos modos, llamarla así es incorrecto. Esa oscuridad no es tal; por eso el mejor modo de definir la parte que no vemos es lado oculto o lado alejado.
La novedad es que un llamativo plan espacial tiene como objetivo colocar un radiotelescopio exacta mente en ese sector. Claudio Maccone, astrónomo del Centro de Astrodinámica de Turín, en Italia, uno de los autores del proyecto, comentó a la revista Nature que “el camino para ver funcionando allí el radiotelescopio se puede empezar a transitar en breve aunque seguramente llevará mucho tiempo, tal vez 15 años. Pero vale la pena”. Ambicioso y de gran utilidad, ese gran aparato escudriñador del Universo, servirá para recibir todo lo que sea posible captar del Universo sin la interferencia de las ondas de radio terrestres y los cientos de satélites artificiales que orbitan alrededor de la Tierra.
Las señales de esos aparatejos entorpecen cualquier proyecto de observación o de estudio de señales astronómicas. Para los fanáticos de la búsqueda de vida extraterrestre, esta noticia es más que alentadora porque abre un nuevo espectro para recibir pro bables guiños de vida inteligente en otros planetas. Claro que las distancias en el Universo son tan pero tan grandes que tal vez ni colocado en el lado oculto de la Luna un radiotelescopio pueda captar ese tipo de señales que confirmarían que no estamos solos.
La tarea de construcción no será fácil. Para llevarla acabo, en principio, se precisa mucho dinero. El primer paso será diseñar un satélite capaz de observar al detalle las características de ese lado oculto. Y analizar minuciosamente sus condiciones físicas para elegir con precisión el lugar donde colocar el preciado radiotelescopio. Luego de ubicarse, un grupo de robots se encargará de construir pieza por pieza su estructura. Cada paso de la operación será comandada a control remoto desde la Tierra. Suena fantasioso pero no son pocos los que confían en la tecnología del siglo XXI para cumplir con la tarea. De todos modos, el lugar posible para su instalación ya está en la mira. Seria el cráter Daedalus, que tiene un espacio más que suficiente, miles de kilómetros de diámetro, para construir cualquier pieza terrestre.
Este renovado interés de los astrónomos por el lado oculto reaviva la historia de por qué encierra tanto misterio. Y de cómo se obtuvo por primera vez la imagen nunca vista de esa cara esquiva. En eso también hubo muchos ingredientes típicos de la carrera espacial y de la guerra fría. Espionaje, inversiones millonarias y una competencia a cara de perro. Porque si bien los Estados Unidos fue el primer país en plantar su bandera sobre la superficie lunar, fueron los rusos los primeros en lanzar una nave al espacio y también los primeros en ver y fotografiar la cara oculta de la Luna.
El 7 de octubre de l959. Ese día la sonda espacial rusa Luna 3 mostró las primeras imágenes del lado nunca observado. Y eso, en su momento, fue muy importante. Claro que cualquier conclusión sobre la topografía del suelo lunar quedó eclipsada con la llegada del hombre a la Luna, el 20 de julio de 1969. Esa exploración directa fue posible gracias al programa Apolo, que envió nueve misiones tripuladas entre 1968 y 1972. Durante esos viajes, doce personas llegaron a poner sus pies sobre el satélite natural.
Permanecieron un total de 166 horas y recorrieron cerca de 100 kilómetros. Y no volvieron a la Tierra con las manos vacías. Trajeron 385 kilos de muestras de rocas y del suelo don de se realizaron los seis alunizajes tripulados (los astronautas siempre descendieron en pareja).
Así, lo que inmortalizó la literatura con descripciones fantasiosas pudo ser confrontado con datos aportados por las misiones Apolo, desde la número 11 hasta la 17. El escritor francés Cyrano de Bergerac (1619- 1655) fue el primero en imaginar cómo sería posible llegar hasta allí propulsado por un cohete. Julio Verne (1828.1905) eligió un gran cañón para lanzar sus personajes hacia el satélite en De la Tierra a la Luna, y Alrededor de la Luna. H.G.Wells (1866-194 6) contó historias sobre hombres que viajaban en una astronave que era accionada por la fuerza de la gravedad. Todos, a su modo, soñaban con el 20 de julio de 1969. Fantaseaban sobre las posibilidades tecnológicas. No fue el caso de los hombres y mujeres de la Edad Media, quienes pensaban que la Luna estaba directamente relacionada con la locura. Creían, por ejemplo, que la licantropía, hoy explicada por la ciencia, era una maldición que atormentaba al séptimo hijo varón bajo el influjo de la luna llena.
Más allá de cumplir el viejo sueño de muchos, ponerlos pies justamente allí ayudó a conocer detalles sobre su composición y características. Con sus 3.400 centímetros de diámetro —aproximadamente un cuarto del diámetro terrestre—, tiene un núcleo pequeño sólido, probablemente de hierro, con una temperatura de alrededor de 1.500 grados. También se tienen algunas certezas sobre su superficie, rocosa y plagada de cráteres, algunos muy antiguos y otros relativamente recientes. Tiene prominencias parecidas a cordilleras que, en realidad, son las paredes de viejos y grandes cráteres que fueron inundados por lava. Esa misma lava, que emana del interior, como ocurre en la Tierra, es la responsable de superficies extensas que parecen llanuras oscuras. A esos grandes espacios se los bautizó como mares. Los más conocidos son el Mar de la Tranquilidad, donde alunizó la Apolo 11; el Mar de las Lluvias, adonde llegó la Apolo 15; y el Mar de la Serenidad, donde descendió la Apolo 17. En el lado oscuro, esos mares no abundan y eso también tiene una explicación: allí la corteza lunar es más gruesa (casi dos veces mayor que en la cara visible) y dificulta la salida de lava. Pero lo que le falta en llanuras le sobra en cráteres y accidentes geográficos.
Tiene impresionantes territorios dibujados por el recorrido caprichoso de los impactos que, por lo general, llevan por nombre palabras de origen ruso —abundan los filósofos y científicos soviéticos—, precisamente porque fueron ellos los primeros en explorarlos. Así, hay un cráter que se llama Yuri Gagarin y otro, Tsiolkovsky; y un extenso mar apellidado Moscoviense.
La gran mayoría de los cráteres que tapizan su superficie son producto del impacto de meteoritos que, en su mayoría, cayeron hace 3.900 millones de años. En esa época y durante casi 200 millones de años los meteoritos no tuvieron piedad con nuestro satélite.
Esa es una de las grandes sorpresas que nos puede dar la Luna: ser el lugar ideal para observar el Universo como nunca antes. Aunque la primera ya la dio el 5 de marzo de 1998 cuando la Misión Luna Prospector encontró agua en sus polos. Al parecer, el impacto de los cometas provocó en esa región grandes cavidades capaces de almacenar agua. Y allí quedó a la espera de que alguna criatura, tal vez el hombre, la pueda usar a su gusto. Se cree que habría alrededor de 6.000 millones de toneladas. Esa noticia se sumó de inmediato a otros ambiciosos planes de poner en marcha la construcción de una súper estación lunar. Un lugar que funcionaría como la escala perfecta en el gran viaje hacia Marte. Y también la posibilidad de hacer realidad el turismo espacial con hotel incluido. Nada de eso parece descabellado si se tiene en cuenta que en sus rocas se detectó, además, un 40 por ciento de oxígeno, que sumado al hidrógeno que también posee, serviría para alimentar los motores de los cohetes espaciales.
Con esos gases, aseguran quienes sueñan con este proyecto, se podrían construir grandes baterías para dar le energía a toda una base espacial. El resto sería pura arquitectura adaptada a las circunstancias. Seria una ciudad con hogares parecidos a los bungalows, pero estarían deba jo de la superficie para protegerlos del viento solar. Cada bungalow tendría capacidad para albergar al rededor de quince personas, equipos para extraer oxígeno del suelo y de las rocas y un generador de energía eléctrica. El costo para hacer realidad la ciudad lunar es incalculable pero, aunque todavía nadie pisó el acelerador, es un plan que no está desechado.
Ahora, con la posibilidad de instalar un radiotelescopio en el lado oculto se podría completar el kit de beneficios que ofrece nuestro satélite natural. En el caso de tener que abandonar el planeta, seria una segunda alternativa como hogar; un buen lugar para hacer realidad el sueño de llegar a Marte; un excelente laboratorio para experimentar en condiciones totalmente diferentes a las terrestres y, también, una ventana al Universo para captar todo lo que no se puede desde la Tierra ni desde su lado claro.
Crater Tsiolkovsky - NASA
Una de estas imágenes es la que ilustra esta anotación, del cráter Tsiolkovsky, que fue descubierto en octubre de 1959 en las imágenes enviadas por la sonda Luna 3 tras dar una única órbita alrededor de esta.
Este cráter, de unos 180 kilómetros de diámetro, fue propuesto por Harrison "Jack" Schmitt, uno de los tripulantes del Apolo 17, como punto de aterrizaje para esta misión.
La propuesta de «Jack» Schmitt incluía utilizar unos pequeños satélites lanzados desde el módulo de mando para que hicieran de relé de comunicaciones, aunque la idea fue considerada demasiado arriesgada y al final se escogió un punto en la cara visible de la Luna.
extraña foto tomada desde el apolo 8
El Apolo 17 fue además la última misión tripulada a la Luna, con lo que en realidad ni Schmitt ni nadie pusieron los pies en la cara oculta de esta.
mensaje navideño desde el apolo 11
Y si me he acordado hoy de esta imagen es porque los tripulantes del Apolo 8 pasaron las navidades de 1968 en órbita alrededor de nuestro satélite, desde donde hicieron una de las retransmisiones de televisión más recordadas de todo el programa.
fotos desde el apolo 8
.
en esta toma del apolo 8 se aprecia parte de mexico
y la peninsula de baja california
la historia del origen del arco y la flecha, la paz bcs
ORIGEN DE LAS PUNTAS DE FLECHA
En los yacimientos prehistóricos de mayor antigüedad se han encontrado numerosas puntas de flecha de pedernal
hábilmente talladas. Ya en estos primeros ejemplares aparece la punta
de flecha con forma triangular, que se ha conservado desde entonces. El
uso del arco parece remontarse en Europa a una época muy lejana, a la
del Edad del Reno. En alguna estación lacustre se han encontrado restos de arcos de madera pertenecientes a la época neolítica.
Los tipos de flechas prehistóricas son muy numerosos: unos tienen la forma de almendra, otros la forma de hoja de laurel
o de olivo, otras son triangulares o romboidales. En su base suelen
presentar un semicírculo o bien dos puntas. Algunas de estas puntas de
pedernal o cristal de roca se conservan en el Museo Arqueológico Nacional de España.
Los egipcios, que, como es sabido, eran excelentes arqueros, usaban flechas con el asta de madera y la punta de bronce, generalmente de forma triangular. Para la caza, se servían de flechas con puntas de madera o de pequeños dardos
con triple punta de pedernal sujeta al asta por medio de un mástil
negro. Las flechas egipcias tenían, por el lado opuesto, tres plumas
para estabilizar el movimiento del arma durante el vuelo. En los
monumentos que se conservan se presenta a los guerreros provistos de carcajes ricamente decorados. Los carros de guerra llevan siempre al costado un carcaj.
Según se puede apreciar en los bajorrelieves asirios, las flechas orientales eran del mismo tipo que las egipcias. La punta en forma de hoja de laurel debía ser de bronce, el asta es bastante larga y lleva sujetas al extremo unas plumas. Los arqueros llevan revestido el antebrazo de una especie de manguito, que debía ser de cuero, para evitar el roce de la cuerda. También nos informa Heródoto que los antiguos orientales, en especial los partos, eran muy hábiles en el manejo de la flecha. También parece que era un arma terrible en manos de los etíopes, que no llevaban carcaj, sino que colocaban las flechas sobre una especie de casquete con que se cubrían la cabeza. Los escitas y los númidas tenían la habilidad de lanzar sus flechas indistintamente con la mano derecha o la izquierda.
Los griegos no fueron tan buenos tiradores de flechas como los orientales. Sin embargo, debieron copiar de éstos el arma. La flecha griega medía unos 60 cm, el asta era de madera muy ligera y la punta metálica, simple o barbada, generalmente trilobulada. El apéndice de las plumas era idéntico al de los orientales. El carcaj griego contenía de 12 a 20 flechas y lo llevaban al costado izquierdo, guardando también en él algunas veces el arco. Los tiradores griegos acostumbraban a hincar en tierra una rodilla, tal y como lo atestiguan los monumentos que conocemos, y entre ellos el frontón del templo de Egina. Los cretenses tenían fama de diestros en el manejo del arco desde los tiempos de Homero, y en una época bastante avanzada de la Historia constituyeron un cuerpo especial del ejército griego.
Los germanos no parece que utilizaran la flecha más que para la caza. Sin embargo, los celtas y galos la emplearon como un arma de guerra. Los hunos usaban unas flechas de cuero indistintamente para la caza o para la guerra.
En cuanto a la Edad Media, los monumentos que conocemos sirven de testimonio del uso de la flecha como arma de primera importancia entre la infantería de los primeros tiempos. Sabemos que por el siglo XII el arquero llevaba dos carcajes de cuero: uno para las flechas y otro para el arco. Los hierros de las flechas eran semejantes a los de las saetas de las ballestas; es decir, que tenían dos, tres y hasta cuatro puntas y rara vez barbadas como en la antigüedad. En cuanto a la longitud del asta, guardaba relación con la mayor o menor rigidez del arco, así como la estatura del arquero.
Los afamados arqueros ingleses, que se decía tiraban 12 flechas en un minuto hasta 220 m de distancia, llevaban un arco de su misma estatura y flechas de 90 cm de longitud.
Hasta el siglo XIV parece que los hierros de las flechas usados en Francia ofrecían en su base una parte hueca para sujetarlos al asta, y desde esa época el hierro se hizo más estrecho y ofrecía cuatro puntas caídas. La aparición de las armas de fuego desterró por completo en Europa el empleo de la flecha.
Según se puede apreciar en los bajorrelieves asirios, las flechas orientales eran del mismo tipo que las egipcias. La punta en forma de hoja de laurel debía ser de bronce, el asta es bastante larga y lleva sujetas al extremo unas plumas. Los arqueros llevan revestido el antebrazo de una especie de manguito, que debía ser de cuero, para evitar el roce de la cuerda. También nos informa Heródoto que los antiguos orientales, en especial los partos, eran muy hábiles en el manejo de la flecha. También parece que era un arma terrible en manos de los etíopes, que no llevaban carcaj, sino que colocaban las flechas sobre una especie de casquete con que se cubrían la cabeza. Los escitas y los númidas tenían la habilidad de lanzar sus flechas indistintamente con la mano derecha o la izquierda.
Los griegos no fueron tan buenos tiradores de flechas como los orientales. Sin embargo, debieron copiar de éstos el arma. La flecha griega medía unos 60 cm, el asta era de madera muy ligera y la punta metálica, simple o barbada, generalmente trilobulada. El apéndice de las plumas era idéntico al de los orientales. El carcaj griego contenía de 12 a 20 flechas y lo llevaban al costado izquierdo, guardando también en él algunas veces el arco. Los tiradores griegos acostumbraban a hincar en tierra una rodilla, tal y como lo atestiguan los monumentos que conocemos, y entre ellos el frontón del templo de Egina. Los cretenses tenían fama de diestros en el manejo del arco desde los tiempos de Homero, y en una época bastante avanzada de la Historia constituyeron un cuerpo especial del ejército griego.
Los germanos no parece que utilizaran la flecha más que para la caza. Sin embargo, los celtas y galos la emplearon como un arma de guerra. Los hunos usaban unas flechas de cuero indistintamente para la caza o para la guerra.
En cuanto a la Edad Media, los monumentos que conocemos sirven de testimonio del uso de la flecha como arma de primera importancia entre la infantería de los primeros tiempos. Sabemos que por el siglo XII el arquero llevaba dos carcajes de cuero: uno para las flechas y otro para el arco. Los hierros de las flechas eran semejantes a los de las saetas de las ballestas; es decir, que tenían dos, tres y hasta cuatro puntas y rara vez barbadas como en la antigüedad. En cuanto a la longitud del asta, guardaba relación con la mayor o menor rigidez del arco, así como la estatura del arquero.
Los afamados arqueros ingleses, que se decía tiraban 12 flechas en un minuto hasta 220 m de distancia, llevaban un arco de su misma estatura y flechas de 90 cm de longitud.
Hasta el siglo XIV parece que los hierros de las flechas usados en Francia ofrecían en su base una parte hueca para sujetarlos al asta, y desde esa época el hierro se hizo más estrecho y ofrecía cuatro puntas caídas. La aparición de las armas de fuego desterró por completo en Europa el empleo de la flecha.
En América, Asia, África y Oceanía, la flecha se usó desde tiempos
muy antiguos y todavía se utiliza por algunas tribus. Las flechas
envenenadas con jugo de plantas o venenos de animal han servido de arma
de guerra en América, India y a lo largo de las costas desde Arabia
hasta China.
Una punta de flecha es una punta, por lo general afilada, sumada a una flecha para que su uso sea más mortífero o para cumplir algún propósito especial. Históricamente, las puntas de flecha eran de piedra y de materiales orgánicos; conforme la civilización humana avanzaba otros materiales fueron utilizados. Las puntas de flecha son importantes piezas arqueológicas y una subclase de punta lítica.
En la edad de piedra, la gente usaba huesos afilados, piedras talladas, escamas (lascas) y trozos de roca
como armas y herramientas. Tales artículos se mantuvieron en uso a lo
largo de la civilización humana, junto con los nuevos materiales
utilizados con el paso del tiempo.
Como artefactos arqueológicos tales objetos son clasificados como puntas líticas, sin especificar si eran para ser proyectadas por un arco o por otros medios de lanzamiento.
Tales artefactos se pueden encontrar en todo el mundo. Las que han
sobrevivido están hechas, generalmente, de piedra, sobre todo de sílex, obsidiana o chaillé, pero en muchas excavaciones se encuentran puntas de flecha de hueso, madera y metal.
En agosto de 2010, un informe sobre las puntas líticas de piedra, que
datan de hace 64 000 años, excavadas de las capas de sedimentos
antiguos en Sibudu Cave, Sudáfrica, por un equipo de científicos de la Universidad de Witwatersrand, fue publicado. Los exámenes dirigidos por un equipo de la Universidad de Johannesburgo encontraron rastros de residuos de sangre y hueso, y adhesivo
hecho de una resina a base de plantas usado para sujetar la punta a una
varilla de madera. Esto indicó "el comportamiento exigente cognitivo" necesario para fabricar pegamento.
"La caza con arco y flecha requiere múltiples etapas complejas de
planificación, recolección de material, herramienta de preparación e
implica una serie de innovadoras habilidades sociales y comunicativas".
Diseño
La punta de flecha se une al eje (astil) de la flecha para ser disparada con un arco; el mismo tipo de puntas líticas pueden estar unidos a las lanzas y ser arrojadas por medio de un átlatl (lanzadardos).
La punta de flecha o punta lítica es la parte funcional primaria de la flecha, y juega el papel más importante en la determinación de su propósito. Algunas flechas simplemente utilizan una punta afilada del mismo astil, pero es mucho más común separar las puntas de flecha hechas, por lo general, de metal, cuerno, o algún otro material duro.
Las puntas de flecha pueden estar unidas al astil con una tapa, una espiga a zócalos, o insertarse en una ranura del astil y mantenerse fija mediante un proceso llamado enmangamiento.
GRACIAS POR SU VISITA
CASIMIRO GARDEA OROZCO
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